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Adrián Ausín

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Dettifoss perseguidos por franceses

QUINCE DÍAS EN ISLANDIA (9)

En Húsavic permanecerás dos noches en un buen hotel, el Post Plaza Guesthouse. Tras la gesta de la ballena, dedicas el segundo día a explorar el parque nacional Jökulsárgljúfur. Tiene una puerta de entrada con centro de visitantes, donde te informan de sus atractivos sobre un amplio mapa. Junto a él se abre un gran cañón que acabará a unos cuantos kilómetros en una de las cascadas estrella de Islandia: Dettifoss. Primero caminas casi dos horas por una lengua de tierra que avanza por mitad del cañón haciendo de atalaya hacia abajo a ambos lados. Luego paras, camino de Dettifoss, en un par de bonitos miradores y en una breve ruta hasta un lago escondido con mucho encanto. Por último, aparcas y caminas el kilómetro que separa el parking de la megacascada, que se intuye a distancia por el vapor de agua emergente y un ruido que se intuye creciente. Es espectacular. Ya no juegas con el factor sorpresa de Gullfoss (la primera, la mejor), pero es todo un cascadón, acaso la segunda más importante del país. En este caso, de una sola lámina. Como llevas ya varias cascadas en tu mochila, asumes la majestuosidad de Dettifoss digamos con naturalidad, siendo claramente injusto, pues es monumental. 

En el camino de vuelta hacia el coche tomas la desviación hacia otra cascada, más pequeña, pero muy guapa, que está situada unos 500 metros antes de Dettifoss, río arriba. Cascadas, cascadas, cascadas. No es que haya cientos, al parecer, son miles las cascadas contabilizadas en Islandia, donde recordemos que el agua sabe a gloria y se regala en los restaurantes.

El día del Jökulsárgljúfur vuelves a cenar en el alegre Gamli Baukur en Húsavik. Pides bacalao, el pescado estrella en Islandia, y te lo ponen espectacular. Cuando estás acabando de cenar, llegan tres comensales tardíos a los que ubican en la mesa de al lado. Un matrimonio francés con una hija adolescente. Él con melena, buena ñapla y una cierta elegancia; ella rubia discreta; y la nena con pelo de paje. Como eres un cotilla, distingues hasta lo que pide cada uno: lasaña, salmón y sopa de pescado. Un plato para cada uno. Dos en Islandia es un dispendio.

Al día siguiente hace un tiempo de perros. Lluvia y frío. Toca atravesar Islandia de norte a este. De Húsavic a Seydisfjördur, un pueblo bullicioso con línea de ferry con Dinamarca que la guía incluye entre sus trece destacados del país. El viaje dura unas tres horas. Y el pueblo, pese a que todo en Islandia es de nivel alto o muy alto, no justifica la recomendación. Hay un crucero gigante en el puerto, las típicas casas dispersas y alguna tienda artística. Parece un destino de tránsito, más que un objetivo en sí mismo. Sin embargo, el restaurante elegido para cenar a las ocho y media es todo un éxito: Noro Austur, en el Hotel Alda. Hasta el pan está riquísimo. Pides una original lasaña y la esposa, esta vez,  bacalao. El postre está también de rechupete.

Cuando lo estás acabando la cena, ¿quién llega? Los franceses de Húsavic. Se sientan en una esquina y  piden. Esto es como ir un día a Tazones y coincidir al día siguiente en Fuenterrabía. Pero no acaba ahí la cosa. Al tercer día verás a los franceses paseando por un glaciar a otras tres horas de viaje. Bueno, normal, todos vamos a los mismos sitios. Pero a la noche siguiente, duermes y cenas en un complejo de cabañas separado de la carretera, metido en un valle discreto, despistado y ¿quién aparece en la mesa de al lado? Los franceses. Esta tercera cena a su lado en cuatro días es ya un exceso, en tres puntos distantes cada uno 300 kilómetros. Una en el norte, otra en el este y otra en el sur de la isla. Ellos nos miran, comentan la jugada, nos señalan y se echan a reír. Nos saludamos. Cuando abandonas la mesa les dices irónico: “See you tomorrow”. En coña. Ya nos vemos mañana otra vez. Y él, tras recepcionar la broma, contesta: “Ouiiiiiiii”. Un “ouiiiiiii” alargado, risueño, afrancesado, lleno de ges, feliz. No los volvimos a ver.

En aquel día de transición de norte a este nos falla la visita a un rincón mágico, según la guía. Te recomienda Borgarfjördur como un paraíso oculto unos kilómetros al norte de Seydisfjördur. Sin embargo, la pista en la que nos adentramos en esa dirección de repente está en obras y no dejan pasar. Tampoco han avisado. O sea, que te han dejado entrar diez o quince kilómetros por una carretera de tierra finalmente cortada. Fallo. Tras la rica cena en Seydisfjördur y dormir en un hotel extraño con unos personajes muy raros, que bien podrían protagonizar ‘Fargo’, llegará un día verdaderamente mágico para compensar. Un día con mil atractivos imprevistos camino de Höfn, la capital islandesa de las cigalas. 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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