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Adrián Ausín

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El valle de los animales

Amanezco muchos días con un mismo sueño resbalando por las sábanas. Camino solo por el monte, el valle se va estrechando, lo parte en dos un riachuelo. De repente, hay un repecho, una pendiente un tanto estrangulada. La subo. Se abre ante mí un gran valle, a gran altitud. Una gran pradera verde, salteada por alguna formación arbórea, alguna roca suelta y, al fondo, más arriba aún, un macizo de caliza presidiendo este rincón secreto. Me encaramo hasta un lateral del valle, desde donde puedo dominarlo todo sin ser visto. Ahí dormito tumbado en la hierba, parapetado por una roca que sobresale de las mismas entrañas de la tierra. Entonces me despierto, asomo la vista y ¿qué veo? Está todo lleno de animales: una piara de jabalíes, tres osos jugando, algunas vacas, caballos, un grupo de venados, urogallos… Pacen ignorándose unos a otros, se cruzan, se miran, pero la sangre no llega al río. Irrumpe un rinoceronte y yo, que iba ya a caminar entre ellos, como uno más, me agacho temeroso. ¿Atacará? El aire helado de la alta montaña me atraviesa el cuerpo. Soy el único humano en todo mi campo visual y tengo la sensación de estar asistiendo a un espectáculo privado, de haber obtenido un privilegio. Los bichos emiten leves sonidos, mastican la hierba, recorren pequeñas distancias. Yo también me muevo poco a poco. El rinoceronte me está dando la espalda. Dos osos están patas arriba y la madre mantiene la mirada atenta. Ando entre unos y otros como un fantasma. Pero sudo. Eso es una prueba de que mi presencia no es gaseosa, ni tampoco estoy soñando.

Cuando mi incursión entre el reino animal se hace rutinaria decido seguir la marcha. Empiezo a subir hacia la cumbre. En cualquier momento, pienso, pueden aparecer leones y no tendría escapatoria. Miro a mi alrededor buscando árboles a los que subirme o alguna construcción siquiera en ruinas que haya dejado olvidada el hombre por estos parajes. Veo poca cosa. Acaso un roble centenario con el tronco hueco, por donde podría trepar. Pero si trepo yo, también trepará el león. Mis miedos se confirman. Entre unas zarzas diviso la cabeza de dos, o quizá tres. Ando con pies de plomo. Procuro no hacer ruido al pisar y seguir mi senda como si nada ocurriese, pero no puedo evitar mirar de reojo. Allí siguen. Seguro que ya me han visto. Entonces… entonces doy una media vuelta en la cama y me reubico en la montaña. Estoy un trecho adelante, dejé la cima a la derecha y pasé caminando hacia el siguiente valle. Confuso, dudo si volver a asomarme al reino animal que he dejado atrás o poner pies en polvorosa y buscar la mal llamada civilización. Un tiempo después, imposible definir cuánto, entro en un pueblo fantasmal, con bellas cuadras y sujetos sentados en bancos viendo pasar la vida. Nadie habla, pero el mugido de una vaca y el sonido del cencerro le dan trazas de realidad a la situación.

He tomado una habitación en el pueblo. Está en un segundo piso y tiene un ventanuco junto a una pequeña puerta que sale a un corredor. El suelo es de madera y está notablemente inclinado. Tanto que si no te fijas tropiezas. Dudo si preguntar en el pueblo por el valle de los animales. O guardármelo para mí. O volver al día siguiente. En la casa hay carne guisada para cenar. La salsa está avinagrada. El vino sabe a leña vieja. Siguen sin hablar. Yo como como un jabato y me acuesto. Pienso en ducharme antes, pero no encuentro ningún baño en la casa, todo lo más un grifo en la parte de atrás, en un callejón, donde me lavo como puedo. Acostado, veo la luna asomar por el ventanuco del corredor. Por momentos pienso si no estaré en un pueblo abandonado, o sumergido, entre ánimas. Pero la carne guisada era real y las sábanas, aunque ásperas, me están dando un placer indescriptible. Escucho el rumor de un gallinero cercano. Cierro los ojos.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


agosto 2011
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