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Adrián Ausín

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(Cine) Peor… ¡Imposible!

Cine del malo a raudales. Eso es lo que proyectan esta semana en el Antiguo Instituto. No es un fallo de programación, es un ciclo de cine intencionadamente malo, lo cual resulta divertido de coxones. Bajo el epígrafe ‘Peor… ¡Imposible!’ empezaron por echar una peli tituada algo así como ‘Billy el Niño contra Drácula’, una ensalada de vaqueros y vampiros rumanos que sólo puede provocar la risa. ¿Cuántas pelis malas hemos visto en nuestra vida? Quizás cientos. Yo empecé ya de pequeño. Cuando dábamos guerra en casa, mi padre nos mandaba a mi hermano mayor y a mí al histórico FAC, junto a San José. La cartelera daba igual; el objetivo era facturarnos. Así que allí nos topábamos por ejemplo con un No-do y un documental de animales. O bien con títulos dignos del ciclo de esta semana tales como ‘Ursus en la tierra de fuego’ o ‘Fuerte perdido’. En esta última, en plena invasión del fuerte, hubo varias ocasiones en las que un vaquero disparaba por la espalda a un indio a quemarropa, pero como éste no le veía, pues nada, seguía corriendo y gritando. Mi hermano y yo nos tirábamos por el suelo de risa, así que la escapada al FAC (después Quiquilimón) cumplía su objetivo.

Hoy día soy mucho más mirado para ir al cine: el precio y la falta de tiempo invitan a la reflexión antes de sacar la entrada. Ocurre mucho, en especial entre mayo y octubre, que no puedes ir al cine ni haciendo rebajas en el nivel de exigencia. La cartelera es pura bazofia. En mi lista adicional de prejuicios sobresalen Tom Cruise, con sus primerísimos planos infumables, y Nicolas Cage, con esas cejas caídas ‘modelo Michael Landon’ (La Casa de la Pradera) cuando mira a la chica antes de besarla al final de la película. La tercera pata del banco sería Robin Williams, pero eso no puedo explicarlo muy bien. Cuestión de ‘sintonía’. Si oteamos el cine español, la lista negra se alarga, aunque en general abarca al propio cine español en sí mismo, adormecido, zafio, rural, sin recursos, anquilosado aún en nuestra guerra civil. Decían hace unos días en un debate cinéfilo que no resultaba creíble ni siquiera un figurante caminando por un pasillo. Como para entrar en profundidades. Lo último que vi fue ‘Entre lobos’ y el patetismo superaba con creces al peor género yanqui. Tal parecía que lanzaban animales desde los laterales de la pantalla, cada cinco minutos, para dar aire a la película. Uno no podría imaginarse ‘El origen del planeta de los simios’  en manos de una productora hispana; con Imanol Arias de científico y Echanove de mono; o viceversa. Horripilancias como ‘El otro lado de la cama’ o ‘Gente pez’ me alejaron del cine español unas leguas, aunque cierto es que cada año hay una buena película para salvar la honrilla.

Si en el FAC vi ‘Fuerte perdido’, indios y vaqueros españoles de 1965, del Arango recuerdo ‘Tienes un email’, infumable pastelón. Y, por qué no decirlo, del Teatro Jovellanos, en su versión cinematográfica, una aberrante pero divertida película de Pajares y Esteso titulada ‘El liguero mágico’. Allá fui a los 14 años a ver culos y tetas con dos compañeros de clase. Aquello sí que fue cine de barrio.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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