Hoy está frío para pasear por el Muro. Unos 5 grados. Sin embargo, llevo dos días sin ir. Eso supone una falta de mar en la sangre que, como si de glóbulos rojos se tratase, puede llegar a convertirse en todo un peligro. Ya lo decía Ernesto Salanova, aquel abogado y literato gijonés que tan bien escribía en EL COMERCIO. Contaba Salanova en un artículo sobre nuestra playa que los gijoneses nos asomamos a ella con gran fidelidad para satisfacer una necesidad corporal, pues la playa/el Muro están inscritos a fuego en nuestro ADN. Voy a ir al Alimerka a comprar un pescadín, dejaré la mesa puesta (hoy viene la esposa a comer) y bajaré a San Lorenzo. A respirar aire gélido, a contemplar el mar, seguro que tan frío como tranquilo, a estirar las piernas. Qué placer más rutinario.
Si tengo tiempo suficiente llegaré hasta San Pedro y luego hasta la Lloca y luego para casa. En ese trayecto, al filo de la una de la tarde, me cruzaré con el Paseante del Muro con mayúsculas, con José Díez Faixat, arquitecto, pensador, filósofo, escritor, de grandes barbas y mente ancha, que camina a grandes zancadas, ladeándose como un barco viejo. Cuando nuestros ángulos visuales lo permitan, nos saludaremos con la mano y cada uno seguirá su camino. Tengo un pacto con José, el Paseante del Muro. Nos saludamos, pero no detenemos el paso para charlar. Él es tímido y su pasión es salir al Muro para disfrutar de la contemplación, pero cada vez le para más gente y eso en el fondo le fastidia. Así que cuando le entrevisté para EL COMERCIO, vino a lamentarse de la pérdida de su maravilloso anonimato. Entonces le concreté mi oferta. No te preocupes. A partir de ahora nos saludamos sin más. No hace falta hablar. Él asintió satisfecho.
El Paseante del Muro se sentía en la necesidad de hacer la entrevista porque acababa de publicar un libro, ‘Siendo nada soy todo’, y necesitaba un poco de promoción para que la editorial no se lo comiera con patatas. Yo lo leí apasionadamente durante varias noches y le entrevisté por teléfono por comodidad de ambos. Luego quedamos en la Escalerona para conocernos y finalmente salió publicada la entrevista bajo el título: “Hay una joya brutal en nosotros mismos y andamos buscando cosas por ahí que son calderilla”. Este asceta que fue insumiso y preso, vivió en una comuna y se dedicó luego al pensamiento oriental bajo el paraguas del hogar materno me impresionó. Sus teorías contra el materialismo y la individualidad del hombre, contra la ambición por la ambición, me parecieron muy acertadas. El Paseante del Muro recorre el Muro dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde. Consitituye su mayor felicidad. Su karma diario. Yo en esto me considero su ‘alumno’. En el Muro no hay facturas, ni problemas, ni llamadas incómodas. Sólo relajación, mar, aire puro, olas, una playa de arena que viene y se va. Y un saludo cómplice a su paseante más universal.