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Adrián Ausín

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Boston is different

(Quince días en Nueva Inglaterra-USA) (y7)

Dentro de unos días, el Charles River helará y los bostonianos lo atravesarán sin inmutarse e incluso patinarán sobre él. Un río congelado en su desembocadura al mar, con más de cien metros de ancho, es un espectáculo singular que quizá sólo se pueda ver en Alaska. Y en Boston. Cuando la nieve invade sus calles, su río y su precioso parque, el Boston Common, la ciudad más cosmopolita de Estados Unidos no pierde su belleza, la gana incluso, pero entre la nieve, el hielo y el mar que la rodean se convierte en un témpano en el que resultará difícil caminar sin sentir el frío en las entrañas. La llegada a Boston se produce el miércoles 9 de noviembre, el cielo está rematadamente azul y casi hace calor. “Esta es la mejor semana de todo el año”, resalta una vendedora de zapatos. Resulta difícil imaginar lo que se avecina, pero mejor así.

El inicio del día es propio de una gran ciudad. Lo primero, dejar el coche de alquiler en el aeropuerto. Lo segundo, taxi al hotel, un bonito edificio del siglo XIX. Lo tercero, metro hasta la parada Acuario. Sin mucha fe en el éxito de la empresa, salimos en barco a ver ballenas. Son las últimas expediciones del año y las ballenas quizás anden ya camino de la Patagonia, huyendo de la invernada de Massachusets. Pero merece la pena intentarlo. Son tres horas de relax con unas espectaculares vistas de Boston desde el mar al inicio y al final. Vamos 50 pringaos y no aparece ni un boquerón. Nada más regresar a puerto entregan otra entrada sin caducidad e iniciamos el ataque a la city. De frente, desde el mar, Boston parece una ciudad futurista de Flash Gordon a punto de despegar. Pero entre sus rascacielos, que llegan hasta donde salpica el océano, están intercalados del toque british que impregna toda la ciudad. O sea, edificios de ladrillo rojo del siglo XVII levantados por los primeros colonos. El contraste resulta muy original. Como los yanquis son muy prácticos, hay tres rutas pintadas en el suelo para recorrer las zonas más interesantes: basta mirar al suelo y seguir la línea roja, azul o negra. Así eres autónomo y no tienes que dar la tabarra a nadie. Empezamos por la roja, que recorre el centro. Al poco, entre rascacielos, aparece un pequeño cementerio, el más antiguo de Estados Unidos, con tumbas desde el año 1620. Curioso. Algo más adelante irrumpe el Boston Common, el parque, una auténtica maravilla. Los árboles lucen tonos amarillos y rojizos, en algunas zonas verdes hay jóvenes jugando al fútbol (raro), las ardillas lo invaden todo y el pequeño lago central es colonia de una banda de patos. Ni grande ni pequeño. Perfecto en sus medidas, en la distribución de los árboles, en la belleza de los ejemplares, Common Boston tiene un encanto que no poseen ni Central Park en Nueva York ni Hyde Park en Londres.

En la calle superior de Boston Common está Cheers. O, mejor dicho, el pub en el que se inspiró la serie. Bajas los escalones y te encuentras mucho ambiente. Con dos cañas en la barra, te dedicas a observar. De repente, un tipo saca una cámara de esas de antes que escupen la foto al instante. Le pide a la camarera que inmortalice su visita y ésta lo hace con salero. Entonces otro tipo empieza a hablar con él, pese a tener varias personas enmedio. Y se entabla el clásico ‘diálogo Cheers’. Está prestosa la experiencia, aunque manda el merchandaising y junto al bar, hay tienda Cheers de recuerdos e invitación a ir a otro bar Cheers que reproduce con exactitud al de la serie, situado en un antiguo mercado. De un lateral del parque, sale Newbury Street, el equivalente a la Quinta Avenida de Nueva York, pero con edificios bajos, rojos y añejos. Ahí están las tiendas megapijas y ahí divisamos un restaurante griego con ventanas a la calle donde cenaremos como príncipes.

La segunda jornada en Boston arranca con un largo paseo desde el hotel hasta el downtown, para visitar luego el barrio italiano, muy bullicioso, una iglesia estilo yanqui y cruzar el río Charles por un puente enrejado que te deja ver el aire que tienes debajo. A las doce volvemos a atacar la ballena con bocata y novela. Si aparecen, maravilloso. Si no, un descanso para los pies. Tras el maravilloso miércoles de sol, se cumplen los pronósticos y  a medio viaje en barco comienza un pequeño diluvio. No hay ballenas, ni chicharros. A la vuelta, con lluvia intensa, toca mirar tiendas. Y tras una nueva cena en el griego, el Museo de Bellas Artes, donde hay varias salas dedicadas al expolio americano en Egipto. ¿Quién le iba a decir a estas momias que iban a dormir el sueño de los justos en Boston? El viernes queda tiempo suficiente antes de coger el avión para visitar la Universidad de Harvard, que curiosame está en un barrio llamado Cambridge. Hay una protesta estudiantil y las clases están suspendidas. Sorprende ver grupos de policías en cada puerta de entrada al recinto. Luego hacemos la ruta de color negro, que recorre un barrio residencial made in England, con farolas de época y empinadas cuestas. Toca abandonar Boston. Y jode. Pero en la cartera me llevo un nuevo ticket, sin fecha de caducidad, para ver ballenas. Cuando el avión despega, la ciudad está iluminada y se refleja en el océano Atlántico mirando a Europa.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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