Si te dicen que ponen en el cine una película muda en blanco y negro rodada en 2011 la primera reacción, seguramente, será de rechazo. Ni de coña, vamos. Pero abres ‘El País’ y Carlos Boyero le dedica su artículo semanal. Dice que es “una auténtica joya”. Luego miras en filmaffinity, donde puntúan rácano. Un 8,2; la mejor nota de toda la cartelera. Entonces le das al play al vídeo promocional. El feeling es inmediato. Así que tomas el tranvía de San Juan a Alicante y te metes de cabeza en el Cine Anna, dividido en tres salas. Está en el centro de la ciudad, junto a la plaza de los Luceros. Es un cine antiguo, de los de antes, de esos que no quedan. Se trata de la sesión de las 20.30 horas del sábado y, felizmente, la sala registra media entrada, pese a tratarse de una película muda en blanco y negro. Se apagan las luces, ponen tres avances, empieza la función.
Lo que viene a continuación es, sencillamente, una obra de arte. Fresca, simpática, dramática; con dos actores protagonistas desconocidos que lo bordan (Jean Dujardin y Bérénnice Bejo), dos afamados secundarios que le dan solvencia a la historia (James Cromwell y John Goodman); y unas sensaciones atípicas para el espectador del siglo XXI. No diré más de la película, pues mi tentanción de meterme en el argumento puede quitarle algo al factor sorpresa. Simplemente, decirle a la productora y a su director, Michel Hazanavicius, ¡ole vuestros cojones! traducido al francés, que quedará más fino. Y a las salas gijonesas, que tengan un poco de vista y de arrojo y se sumen al estreno de esta película, que ya tuvo lugar en toda España la semana pasada. ¿En toda? Pues parece ser que no. Igual se acuerdan de ella la noche de los Oscar. Se van a quedar mudos.