Empezar el año con música parece una buena terapia, un buen punto de partida. El Concierto de Año Nuevo siempre es alegre y te deja buen sabor de boca. Anoche, en el Teatro Jovellanos, Oliver Díaz dirigió como siempre, con ritmo, entusiasmo y vitalidad. Beatriz Díaz, la soprano, cantó con descaro, llevando los agudos hasta el techo del coliseo. Y la gente se divirtió. En el entresuelo había once asientos ocupados por una sola familia: la mía. Tocaba estar con el padre, en su 80 cumpleaños, ahí es nada, y con él nos fuimos hijos, cuñaos y nietos. Hasta los más pequeños se lo pasaron bien. El Concierto de Año Nuevo parece una buena puerta de acceso a la música clásica. El repertorio, esta vez, fue genial. Algo falló el pasado año en la laboral que se me hizo más soso, pese a tocarme la entonces alcaldesa Paz Fernández Felgueroso en el asiento de al lado. Esta vez, la primera parte resultó original y diferente. Y la segunda, también; hasta esas tres piezas finales en las que el público se suelta a palmear, en una, y cantar ese plácido la-la-la-la-la-la, en otra.
En el descanso, los ausines nos hicimos foto de familia. El hall estaba repleto y optamos por el descansillo de la escalera. Abajo, entre tanto barullo, no había bandejas con las tradicionales copas para brindar, ni tampoco mazapanes. Ni pa sidra el gaitero hay ya, tal es el síndrome que nos atenaza. Con la botella a 1,25 euros, no sé cuánto presupuesto supondría, pero no creo que mucho. El caso es que nadie se quejó que yo viera, dada la mentalización que tenemos todos de la que está cayendo. No sé si a modo de contrapunto, al salir a la calle, el Teatro Jovellanos enchufó por megafonía unos valses y algunos de los asistentes al espectáculo, presas del buen humor, se arrancaron a bailar sobre el suelo mojado de Begoña. La escena parecía de época, en blanco y negro, más propia del Gijón de principios de siglo XX. El pueblo no había recibido su copa espumosa para brindar y se había puesto a bailar a modo de evasión fiscal de tanta mala noticia, pese al sutil orbayu que caía en ese momento. El Concierto de Año Nuevo se convirtió en un bonito cuento de navidad para empezar 2012, con un puñado de gijoneses bailando valses bajo la lluvia.