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Adrián Ausín

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Bowie jubileta

“Iman anulolu”. Una noche, en El Escocia, estaba hablando de David Bowie, más bien de su desaparición, y di con esta frase, que parece zulú, pero que resumía más o menos la coincidencia de su estabilidad con la modelo somalí y su retirada de los escenarios tras dos horribles discos. Hoy leo en la contraportada de El Comercio que también hubo un infarto de por medio en plena actuación en Hamburgo. La pareja vive feliz en Nueva York con su hija, Bowie se pasa los días en zapatillas y bata, leyendo prensa europea y consultando cosas en internet. Salen poco. Se dejan ver poco. Y, al parecer, se quieren. Él cumplió ayer 65. Ella cumplirá en julio 57. Forman un singular matrimonio en el que él parece representar la parte delicada, la inspiración y la diplomacia británica; mientras ella aporta belleza, vitalidad y energía.

Mi ‘encuentro’ con Bowie fue tempranero. Mi hermano mayor había comprado ‘Ziggy Stardust’ y el disco sonaba en casa a todas horas. De aquella comprábamos discos sin haber oído una sola canción. Así que, con 11 años, me fui a Discoteca y pillé ‘Space Oddity’. Me encantó. Luego encargué a Discoplay dos a la vez: ‘Hunky Dory’ y ‘Aladdin Sane’. Más tarde llegaron ‘The man who sold the world’, ‘Heroes’, ‘Young Americans’, ‘Diamond Dogs’, ‘Low’, ‘Pin ups’, ‘Station to Station’, ‘Lets Dance’, ‘Tonight’, ‘Lodger’, ‘Scary Monsters’, ‘Never let me down’… Los compré todos, uno detrás de otro. Bowie sonaba en mi casa a todas horas. Colocaba los discos en el sofá recreándome en sus provocadoras portadas, compré su biografía, etc, etc. Así llegó aquel concierto de Gijón, en Las Mestas, al que acudimos tres montados en mi moto. Si no recuerdo mal, corría el año 1990. El concierto duró apenas hora y media y Bowie no se despeinó. Fue algo decepcionante. ¿Pero qué pinta Bowie en Gijón?, me preguntaba yo a modo de consuelo, excusando su pasotismo. O quizá ya sus achaques.

Hoy sus discos han envejecido mal, han perdido el marco de su gestación en la cual siempre eran innovadores, trasgresores, rompedores. Bowie indagó como nadie en todos los estilos (el glam, el funky, el rock and roll, la música electrónica, la música disco) y marcó el paso a otros que vinieron después. Parió uno de los diez mejores discos de la historia del rock (La ascendencia y caída de Ziggy Stardust y las Arañas de Marte) y cultivó un look desconcertante que siempre iba marcando moda. “No me importa que me copien porque yo siempre estoy cambiando”, declaró en una ocasión. Hoy, con 65 años, Bowie, aquel camaleón de aplastante creatividad con el que crecí, parece ser un abuelito con bata y zapatillas, de salud delicada y discretas costumbres. Qué cruel es el tiempo, que llega a convertir en una estrella del rock con mayúsculas en un ancianito, como ese que encarnó en aquella intrigante película en la que Catherine Deneuve debía beber sangre humana para mantenerse eternamente joven a costa de los demás (El ansia). Ahora Bowie, como todos, ansiará detener el reloj, frenar la vejez o beberse la sangre de su monumental modelo somalí. Quizás lo haga. Pero lo cierto es que quien fuera el rey del glam y de los excesos, pese a su discreta jubilación, la bata y las zapatillas, estará siempre en el Olimpo de la música.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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