Presencio una educada discusión entre dos dependientes en una superficie comercial. Es un asunto territorial. Él le informa a ella de que desde la caja hasta el fondo es zona de su competencia. Y añade que siempre ha sido así desde la época de equis. Ella pone cara de pocos amigos. La conversación/debate no tendría mayor historia si no fuera porque ella lleva puesto un casco vikingo enorme, mientras él va uniformado. Un casco con dos grandes cuernos laterales que le cala hasta las cejas y quita toda la credibilidad del mundo a su demanda de espacio.
Yo estoy a un paso de ambos. Me cuelo en la conversación para hacer una breve pregunta sobre televisores y me voy. Ellos siguen erre que erre. En cuanto me giro, pienso: Esto es intolerable. ¿Cómo ponen así a currar a esta tía? Debe de ser una promoción de algo. Es humillante. Encima, mañana es el día de la mujer trabajadora. Es como para poner una queja ante la empresa… Así voy enfilando la salida cuando caigo de la burra: ¡Coño, si es Carnaval! O sea que esta chica ha ido así a trabajar para dar un aire festivo al negocio; digo yo. Me apetece volverme y preguntarle, pero igual la cosa acaba mal: por ejemplo, con una cornada en la ingle por asta de vikingo. Incluso imagino el titular en los periódicos: ‘Herido grave por asta de vikingo en la sección de electrodomésticos….’. Así que me voy.
Mi reconocimiento para esta honorable trabajadora con casco de vikingo a jornada completa. Ha alegrado mi mañana y la de muchos gijoneses. Sin embargo, de esa guisa, mujer, no abras un debate laboral. Llevas las de perder.