Muchos sábados, Gijón se adorna con pequeñas manadas de amigos/amigas venidos de toda Asturias, de Cantabria, de León, del País Vasco con el propósito de celebrar una despedida de soltero. Se les suele distinguir por una camiseta conmemorativa con la foto del que va al matadero, unos cuernos de vikingo o unas tetas postizas. De todo hay. Pierden el sentido del ridículo en territorio lejano y, parece ser, se lo pasan bomba. Los hosteleros gijoneses hacen caja y todos contentos. Sin embargo, no podemos negar que el común denominador de todas estas pandillas suele ser el hacer el ridículo más absoluto. Poca gracia suele tener el disfraz y menos aún el planning de la noche.
Ahora bien, si rebuscamos en el género autóctono, podemos descubrir despedidas de soltero como dios manda. Con originalidad y alevosía. Yo presencié una hace unos años que no dejó indiferente a nadie. La maquinaron unos históricos de la ciudad, ahora cincuentones, pero que entonces rondaban los 40. El esquema fue muy sencillo. Los muy cabrones encargaron una jaula como la de los leones, la instalaron en un remolque y metieron en ella, no sé si por la fuerza, al novio. Al menos lo hicieron después de la cena. Tuvieron ese detalle. Entonces comenzaron la ronda de copas. Yo me los topé en La Sal, en los Jardines de la Reina. De repente salí a la calle con mi cerveza y veo aparcado frente a la puerta un todoterreno, un remolque, una jaula y un tipo dentro, aparentemente borracho como una cuba. Los amigos toman sus copas a escasos metros de mí. Se ríen, beben y, de cuando en vez, le lanzan sus copas a la cara. Él está arrodillado en la jaula haciendo leves movimientos, resignado a su suerte. Hora y media después, digamos a las cuatro de la madrugada, veo la misma escena frente al Varsovia. O sea que van de bar en bar, aparcando la jaula en la mismísima puerta. Me voy para casa con la copla.
Al día siguiente investigo. Me entero de sus nombres. Me cuentan las grandísimas putadas que hizo el novio a sus amigos cuando éstos se casaron y entonces lo de la jaula me parece un plácido tránsito al altar. También tengo noticia del desenlace de la noche y y pido permiso a mi jefe para contar la historia en EL COMERCIO. A eso de las siete de la mañana, tras peinar la noche con gran profesionalidad, el grupo deposita la jaula con su inquilino en un descampado situado al lado de un circo, exactamente donde están hoy día el hotel Silken y el aparcamiento de la estación de trenes. El preso gritará y gritará desgañitándose pidiendo socorro, pero la civilización (las casas) está a unos cientos de metros y nadie pasa por allí. Algún viandante ocasional verá la escena sin atreverse a acercarse, temiendo una emboscada, una trampa o una cámara oculta. Al final, llega una patrulla de la Policía, se acerca a la jaula con cierta perplejidad, dudando primero si pertence al propio circo y, una vez que le toma declaración a la fiera asustada, procede al operativo de rescate. Los íntimos del novio habían tirado la llave al Muelle nada más encerrarlo, así que habrá serios problemas para liberarlo. Eso es una despedida de soltero en condiciones, mecaguenlashostias, y no las mariconadas de ahora.