(una visión amable de los correos basura)
Hace cuatro, seis u ocho meses (perdí la cuenta) que borro a diario en el correo personal del periódico un mismo mensaje. Me lo envía Shelly Palmer, una auténtica desconocida, y el texto está en inglés. Lo abrí una vez y no recuerdo ni lo que leí. Alguna venta o alguna proposición indecente. El caso es que, día tras día, siempre estoy seleccionando mensajes coñazo, y entre ellos el de Shelly Palmer; hasta tal punto que llegué a aprender su nombre, e incluso a ponerle cara (y piernas).
Pero las prisas acaban por pasar factura y una tarde, harto de borrar sin abrir entre 20 y 50 mensajes al día, decidí cortar por lo sano. “Voy a escribir a Shelly Palmer para que deje de darme la turra, a ver qué pasa”, rumié. Y hete aquí que abrí su correo por segunda vez en meses y puse un escueto:
-Shelly, deja de tocarme los guevos, por favor.
Sorprendentemente, la groselle tuvo efecto. Al día siguiente, Shelly Palmer no estaba en mi correo. Al otro, tampoco. Ha pasado un mes y Shelly no aparece, se ha ido de mi vida de un portazo, sin ni siquiera despedirse, sin decirme qué me quería vender, o comprar. Hundido, hablé del tema con mi mujer y me prestó todo su apoyo. En el trabajo también recibí asistencia psicológica. Pero el mazazo final, la traición, llegó ayer. El responsable de documentación me espeta de repente:
-¿A qué no sabes quién me acaba de escribir?
-¿Quién?
-¡Shelly Palmer!
-¡No jodas!
La noticia, la puñalada trapera, diría yo, me conmocionó. La cabeza me dio vueltas y a punto estuve de perder el equilibrio.
-¡Abre el correo, a ver quién es!
-Ostras, es de Nueva York… Y es periodista… De una radio…
No pude escuchar más. Shelly me había cambiado por otro. Había lanzado sus redes sociales a otra víctima de mi mismo periódico. Ante mis propias narices. Y sin mediar explicación alguna. ¿Por qué lo hiciste Shelly? ¿Por qué has convertido mi vida en un circo? ¿Hay posibilidad de retomar lo nuestro? Si no vuelvo a recibir tu correo, Señorita Palmer, toi palmau.