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Adrián Ausín

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ATENERGIA y Plastácido

ATENERGÍA era una revista trimestral especializada que editaba un grupo de empresas del País Vasco. En ella se combinaban artículos de opinión, reportajes sobre iniciativas de algunas de estas empresas, temas de investigación, noticias sobre congresos, etc. Durante dos años, yo hice ATENERGIA. Miento, la hicimos Olga y yo, dos alumnos de cuarto de Periodismo de la Universidad del País Vasco reclutados por nuestras buenas notas. No había horarios. Hacíamos dos o tres horas por las tardes y cobrábamos 25.000 pesetas al mes cada uno. O sea, que iba a la facultad por la mañana y por la tarde a aquella oficina situada en pleno centro de Bilbao donde había una jefa, una secretaria y dos periodistillas en ciernes. Aquella corporación de empresas no tenía mucho sentido. Pero yo iba a lo mío: preparaba los reportajes, encargaba colaboraciones, maquetaba y cada tres meses encargábamos a una imprenta de Deusto el ejemplar de turno. Allí lidiábamos con un afable linotipista rechoncho con unos dedos tan gruesos que enseguida le rebautizamos como ‘Morcillitas’.

En esa plácida labor en ATENERGIA había un poderoso hándicap: el presidente. El alma máter de aquel invento se llamaba Plácido y cada vez que aparecía por allí nos machacaba. Literalmente te agotaba con sus coñazos. Enseguida, Plácido pasó a llamarse ‘Plastácido’. Era habitual en él quedar con alguien para comer y cenar en la misma mesa sin haberse levantado de ella. Se preciaba de esas gestas. Así que un buen día me placó a mí. No tuve escapatoria y me llevó a comer. Unas dieciséis o dieciocho veces me dijo en su pausado tono de voz que teníamos que mejorar la revista i-ti-ne-ran-te-men-te, mientras su gruesa mano blanca manchada de pecas se movía a media altura, en tono ascendente, de izquierda a derecha. Aquella comida, aquella mano oscilante, mientras oía aquella palabra ( i-ti-ne-ran-te-men-te) como una letanía se me quedaron grabadas a fuego. Mi cara de mala hostia progresiva durante la sobremesa con Plastácido evitó que cenáramos donde habíamos comido. A eso de las seis de la tarde logré huir del señor presidente, cogí la moto y subí a todo lo que daba al Monte de Archanda para descargar la adrenalina acumulada. Casi me la pego.

Luego llegó la crisis de ATENERGIA. Empezaron a no pagarnos. Yo, guerrillero, le decía a mis tíos bilbaínos: si no me pagan este mes me llevo el ordenador. Y ellos se partían el culo de risa con las historias de Plastácido y de los impagos. Entonces hubo unas jornadas de empresas energéticas en el recinto ferial de Bilbao. Allí puso su stand ATENERGIA y allí se instalaron la secretaria y la directora con sonrisa Profiden. Mi labor sin horario consistió en repartir las revistas por los stands, donde debía explicar nuestra insostenible existencia. Allí me fue a visitar mi tío Luis, cámara de vídeo en mano, para inmortalizar mis primeros pinitos periodístico/empresariales. Se aproximó al stand grabándonos al trío dinámico, todos sonrientes, y cuando estaba a una distancia de apenas cuatro metros remató sus explicaciones sobre mi pujante actividad con una pausa y una denuncia en un tono de voz de esos que llegan hasta medio centímetro de distancia de tus oídos: “No pagan”, espetó. Cuando lo vimos luego en casa nos moríamos de risa. La directora y la secretaria, todo dientes de felicidad mirando para la cámara; y él, a tres pasos, diciendo con una voz misteriosa y ahogada: “No pagan”.

Acabada la carrera y acabado ATENERGIA, regresé aquel verano a Gijón sin un céntimo. Las despedidas, las últimas juergas me habían dejado una telaraña en el bolsillo. Empecé a trabajar en EL COMERCIO sin un real para tirar aquel verano de 1990. Al cabo de cuatro o cinco días, sin embargo, descubrí un ingreso en mi maltrecha cuenta de 75.000 pesetas. ATENERGIA me había ingresado los tres últimos meses de golpe. Fue como si me hubiera tocado la lotería. Así que alivié las penas de haber dejado Bilbao (al final del verano iba a regresar para hacer el máster de El Correo) gastándome las ‘nóminas’ atrasadas de aquella extraña revista en sidra, oricios y chuletones.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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