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Adrián Ausín

Campo y playu

La fiesta de la piña colada (los tiempos del Tik)

La fiesta de la piña colada marcó mi entrada en el mundo de las borracheras adolescentes. Aquella entrada al Tik, con 15 años, fue como una puesta de largo. Recuerdo cierta impresión al acceder a aquella discoteca, la reina de los ochenta en Gijón, con sus luminotecnias y su pista circular. De aquélla mi paga semanal debía rondar las 500 pesetas y una cerveza podía costar 100. Así que mi presupuesto andaba siempre haciendo aguas, mientras mis amigos doblaban o triplicaban esa cantidad. El caso es que entramos al Tik en su sesión de tarde, de 7 a 10, y por aquello de quitar los nervios y animarnos empezamos a beber a destajo. Primero nuestra piña colada, a la que te daba derecho la entrada. Luego las de los demás: atacamos los vasos medio abandonados en las mesas y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos más pallá que pacá. Yo tenía que llegar a casa en aquellos tiempos a las diez y media de la noche; de modo que tras un paso por la Ruta de los Vinos, todo un clásico, llegué a casa algo tarde con un melocotón cojonudo. Esquivé a mi padre como pude y me fui al cuarto de estar, donde mis hermanos mayores veían la tele. Había el típico programa musical, con una sucesión de actuaciones. Y yo, a mis 15 años, no dudé en ponerme de pie en aquella pequeña habitación y empezar a bailar una canción detrás de otra, como si estuviera en la pista del Tik absorto en las músicas del pincha, pero en realidad en un escaso margen de moqueta entre un sofá, una mesa camilla y un armario, con el que me golpeaba cada poco. Mis hermanos primero no decían nada, luego se empezaron a reír. No había precedentes de una moña en casa. Así que aquella actuación mía rompió una lanza en favor del clásico pedo juvenil. Su final evidente fue una buena vomitona.

Aquella fiesta de la piña colada abrió, allá por 1983, una larga etapa de sesión vespertina de discoteca. Quedabas a las tres de la tarde en el Parchís e iniciabas una turné en vespa (yo no la tendría hasta los 19) por acá y por allá (el Pilu, el Rancho, el Choco Chiqui…) que tenía su punto culminante en el Tik, donde no faltábamos viernes, sábado ni domingo. De aquel Tik recuerdo como banda sonora estelar la canción ‘Dont Go’, de Yazoo, que lo llenaba todo de vida. Era la época del tecno, del rayo láser del Jardín, de la Ruta de los Vinos a tope, de las fiestas en la Mamposta, de las romerías… Si pienso ahora qué hice en el Tik tantas y tantas sesiones, pues la verdad es que no paré de beber, de jugar al futbolín en los bares de al lado y de desfasar. Supongo que como los adolescentes de ahora, pero diferente. La hora de llegar a casa era tan ajustada, que siempre te pillaba en el culmen del pedo y era difícil evitar a la autoridad competente. Así ocurrieron escenas tales como intentar abrir la puerta del portal y no atinar; como en los chistes, hasta que un señor te espeta detrás un sonrojante ‘¿te ayudo?’, resultando ser tu padre; o aquella histórica vomitona contra la pared de la sala de estar, donde se comía a diario, que me obligó a comprar un bote de pintura al día siguiente para hacer desaparecer una sospechosa ‘mancha’.

A aquellas edades adolescentes bebías para desinhibirte, para entrar en un estado de ‘desfase’ al que sólo accedías a través del alcohol. Viendo ahora el Tik con perspectiva, me reafirmo en mi impresión sobre aquel circo. Tres moñas semanales para socializar. No sabíamos hacer otra cosa. A los 15, a los 16, a los 17 años eras una marioneta en manos de las ‘tendencias’ de la época. Y ay de ti si te salías de ellas; entonces pasarás a ser un bicho raro. No tengo recuerdos divertidos de aquella edad, en la que era además un estudiante nefasto. Quizás la parte mejor fueran las partidas al ajedrez con Barquín o la colección de discos que iba apilando, en directa competencia con mi hermano mayor, o una batalla campal en torno a un futbolín o un partido de tenis. Lo demás, el Tik, el Jardín, el Oasis; con 15 o 16 años, eran una incitación continua a beber sin parar. Como, además, no tenía ni puñetera idea de bailar, pues no quedaba otra. En esa tendencia a idealizar el pasado, borraría la adolescencia de un plumazo. Saltaría con una pértiga de los 14 a los 18 años. Entonces sí que me lo empecé a pasar bien.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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