¿Habrá algo por inventar? Entre las muchas dudas existenciales, uno siempre le dio vueltas a la posibilidad de tener gallinas. Unas pocas. Las suficientes para comer huevos frescos y tener identificada a la autora con nombre y apellidos. Pero claro, hay que reservarles un espacio del prau, vallarlo bien para prevenir la visita del raposo y dar por bueno el cacareo (para mí, da ambiente) y el olor a gallinacea (ya menos glamuroso). Y claro, entre pros y contras, pues sigo sin tener gallinas. Y gallu, ni pensar. Pa gallu yo.

Hace unos días, visito a una amiga que se dedica al mundo de los caballos y ¿qué me encuentro junto a las cuadras? Pues ¡un gallinero con ruedas! Entré luego en internet, puse ‘gallinero móvil’ y aparecieron modelos estándar, más bien grandes. Toda una sorpresa. Pero ninguno tan coqueto y manejable como el de la foto, un biplaza, podríamos llamarlo, construido de forma casera: dos ruedas, una caja de madera que hace las veces de casa y nido, con bidón de agua interior, pienso y tapa superior y una zona libre, el patio de recreo, donde las gallinas pueden pisar la hierba y tomar el aire; con un asa en el extremo opuesto para desplazarlo. Una cocada, oye.

Todas las mañanas, mi amiga recoge dos huevos frescos de sus chicas. Y cuando el gallinero le estorba en un rincón se lo lleva para otro. Un gallinero con amplitud de miras, listo para una mudanza en cualquier momento. Gústame la idea, así que no descarto fusilarla en cualquier momento. Ah! Lo olvidaba. Me llevé media docenuca de eggs de regalo y ya les hinqué el diente a satisfacción. Co-co-có-co-co-có… ¡Ya las oigo!