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Adrián Ausín

Campo y playu

Un país para comérselo

Vacciones 2012 (4)

Cuando haces las maletas para abandonar Sanlúcar algo se muere en el alma. Te vas del paraíso. Es 4 de julio. En Gijón llueve. Pero no todo está perdido. Antes habrá una escala en la montaña leonesa y el día de autos, un recorrido por España con parada y fonda en La Alberca (Salamanca), pueblo con fama de ser uno de los más guapinos de la piel de toro. La clave del viaje es olvidar la prisa, ir saliendo de la autovía de la plata, aprovechar esas carreteras nacionales largas y rectas por donde puedes ir a cien por hora y ver paisajes que la autovía te oculta. Así que lo primero es dejar la autopista a la altura de Jerez y tomar la carretera de Lebrija y Cabezas de San Juan para llegar a Sevilla. Menos kilómetros y más viñedos de palomino fino, campos de albariza sin cultivar, plantaciones de girasol, pueblos blancos. Con este ambiente relajado, escuchando Radio Olé, pido licencia a la esposa para llamarla Imanol (Arias) o Juan (Echanove). Le dejo elegir. Nos disponemos a grabar un capítulo de ‘Un país para comérselo’. Se queda con Imanol.

La primera parada será en la serranía de Huelva. A la izquierda de la carretera despunta Santa Olalla del Cala (escrito con elle y con del, raro raro), un bonito pueblo que domina una cordillera montañosa. Buscamos una plaza con bares para comer ligero, pero no la hay. Los bares se suceden en la carretera principal. Inspeccionas y distingues el Hostal Restaurante Carmelo, con una terraza protegida por un techo alto. Buena pinta. Allí comeré con Imanol el mejor gazpacho de mi vida (y mira que he tomado gazpachos), aderezado con huevo y birutillas de pimiento rojo. Rematamos la faena con unas carrilleras ibéricas que se deshacen en la boca. Las ayudas con una cerveza fría, rebañas el plato con el pan y acabas con un café con hielo. Una comida ligera, de alta calidad y muy barata. Le pregunto a Imanol si pasamos a la cocina para grabar unas tomas con la cocinera, pero optamos por seguir viaje. Hay mucho trecho por delante.

En Plasencia nos desviamos de nuevo de la autovía de la plata. Toca inspeccionar el Jerte. El valle es precioso. Sin embargo, sus tres pueblos son más bien pueblones, llenos de almacenes. Están apilando la cereza en cajas. En cada pueblo puede haber treinta naves dedicadas a la cereza. Paramos delante de un pequeño negocio familiar donde están en plena faena con un cartel de reclamo donde pone ‘Cerezas, 1 euro’. Compramos una caja a medio llenar de las más gruesas. Parecen picotas. Cobran 2,50. Están de escándalo. El postre que no tomamos en Huelva se concreta en Cáceres. Las cerezas más ricas de España entran en mi boca, y en la de Imanol, como la más pura ambrosía. Ummmm. Aquí también procedería una toma con los recolectores, hablando del momento de maduración, de la tarea de la recogida, de los destinos… Pero los pobres están a tope, así que les dejamos a lo suyo. Lo nuestro es trepar el valle hasta el fondo. O sea, subir el Tornavacas. Desde el mirador de arriba, donde el Jerte empalma con la vertiente Oeste de la Sierra de Gredos, hay una vista maravillosa a ambos lados. Tomamos unas fotos y seguimos. Te asomas a un bonito pueblo en altura, en medio de un amplio valle: El Barco de Ávila. Y giras por la carretera de Béjar en dirección a Candelario.

Hay dos pueblos en Salamanca que se disputan el pódium del más bello: Candelario y La Alberca. Pararemos en el primero y dormiremos en el segundo. Candelario está oculto en la ladera de una montaña. Está a 1.100 metros de altitud. Tiene empinadas calles recorridas por regaderas y está construido casi al completo en bonitos edificios de dos plantas, atípicos para los pueblos de España. Todas las casas tienen una segunda puerta que las guarece de la lluvia y la nieve. Paseamos por las empinadas cuestas de Candelario, entramos a un ultramarinos y compramos un hermoso bote de pimentón y una torta del Casar. El hijo y la madre discuten al ser preguntados por la carretera rumbo a La Alberca. Ella dice que pasemos recto el semáforo de Béjar en dirección Ciudad Rodrigo, pero insiste en que lo hagamos cuando esté abierto. El hijo corrije a la madre. No lo van a pasar en rojo. Y así, en pleno debate, les dejamos. Hora y media después, tras infinitas curvas por el Parque de las Batuecas y la Sierra Francia, llegamos a La Alberca justo cuando comienza a anochecer. El día ha sido largo, pero a Imanol Arias y Juan Echanove les queda la cena. El Hotel Las Batuecas tiene muy buena pinta por fuera y una redecoración errada por dentro tras un aparente pasado glorioso. En algún pasillo temes encontrarte a las niñas gemelas de El Resplandor. Quizás hayan crecido y se hayan fundido en la recepcionista, sobrada de peso y de ganas de hablar cuando ya salías por la puerta corriendo para cenar. ¿Así que de Gijón? Recuerdo cuando me bañé en Poniente y se me empezaron a hinchar las piernas del frío que hacía… Bla bla bla. Mi primer imput, con el estómago pidiendo alpiste, fue sacar la motosierra de la maleta y hacer un trabajito rápido (podríamos rodar El Resplandor II). Pero aguantamos educadamente cinco minutos de chorreo gijonés y salimos a la carrera.

A los tres minutos habíamos dado en la diana tras maravillarnos por las calles de La Alberca con sus casitas de chocolate. En la plaza principal, en El balcón, un bar con tipismo, comenzaron a desfilar tapas y raciones: una croqueta de bacalao, unas cortezas de cerdo, unas papas estilo autóctono, una sopa de ajo y unos boletus para chuparse los dedos. Todo ello regado con vino de la tierra y culminado con una cuajada. Ummm. Mientras degustaban la gastronomía salmantina, Juan apostaba por La Alberca e Imanol dudaba. Entre ambos se abrió un interesante debate sobre la belleza de los pueblos y los criterios para establecerla. Algunos, matizaba Juan, pueden ser preciosas postales, pero no buenos sitios para vivir, algo muy a tener en cuenta. La conversación giró luego sobre el jamón ibérico que maquinaban comprar al día siguiente tras un paseo diurno por el pueblo y su entorno, la comida en la Cueva del Cura (en Valdevimbre), donde se reencontrarían con esa incomparable tortilla guisada y esas mollejas para chuparse los dedos y los canutillos de postre con café casero; y la cena, ya en Riaño (León), donde se habrían de conformar con unos huevos fritos con beicon para seguir chupándose los dedos otro poco más; tras recorrer las carreteras nacionales leonesas y palentinas a ritmo dominguero con buena música y mejor compañía…

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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