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Adrián Ausín

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Enzo Ferrero

Cuando Enzo Ferrero fichó por el Sporting en 1975 compartía con mi hermano mayor un carné del Sporting en la Tribunona que servía para los dos cada domingo. Teníamos entonces 8 y 10 años. Nos apretábamos con un solo pase para parecer un único y avergonzado ser humano, mientras mi padre le hacía un comentario amable al portero y, en ocasiones, le colaba un puro en el bolsillo de su camisa. Eran otros tiempos. Los tres juntos, en pleno epicentro de la Tribuna Oeste, disfrutamos de Enzo y de aquel Sporting de ensueño de la segunda mitad de los setenta compuesto por Castro; Redondo, Doria, Maceda, Cundi; Joaquín, Ciriaco, Mesa; Morán, Quini y Ferrero. Un equipo, un equipazo, un dream team, que haría temblar al mismísimo Barça de 2013. En aquellos maravillosos años no éramos conscientes, sin embargo, de la magnitud de lo que veíamos, de lo estratosférico que resultaba ver a aquel once (al que se sumaría Uría, otro maquinón) que goleó en El Molinón al Madrid, al Barça, al Bilbao, al Valencia…. Al que no se le ponía nadie por delante, más que Borrás del Barrio y algún que otro árbitro más que hicieron imposible que en las vitrinas de Mareo luzcan hoy una o dos Ligas y una Copa del Rey.

De aquel Sporting de mi infancia recuerdo especialmente las filigranas de Enzo Ferrero, sus regates de invención propia y aquella chulería suya de driblar dos veces al mismo defensa hasta dejarlo tirado en el suelo, antes de ir a por otro y a por otro y a por otro para finalmente marcarle un gol por la escuadra al mismísimo Barcelona. También regateaban como los ángeles Mesa, Morán y Uría; y galopaba la banda Joaquín; y ordenaba el juego Ciriaco; y mandaban en defensa Doria y Maceda; y marcaba goles de falta Cundi Facultades y todos los demás un tal Enrique Castro Quini. Aquello sí que era fútbol alegre y directo, pese a que nuestra afición de aquélla, ignorando a veces el privilegio del que estaba gozando, fuese especialmente fría y silbase al equipo al menor error. Eso también lo recuerdo con especial perplejidad. Y me digo: Perdónalos, señor, porque no sabían lo que hacían.

El domingo, en EL COMERCIO, se reseñó el 60 cumpleaños de Enzo Ferrero, el mejor extremo del mundo en su momento, un diamante que hoy bien podría costar 60 millones de euros, un chupón que, también es cierto, sacaba a veces de quicio a mi padre por no pasar antes la pelota. La gloria local alcanzada por él y por aquella plantilla no logró eco nacional o internacional por aquellos señores de negro tan merengones en aquellos tiempos. Pero quienes, niños o mayores, disfrutamos de ellos en los setenta y en los ochenta, somos hoy conscientes de haber vivido una especie de sueño que debe de parecerse mucho al que siente ahora la afición del Barcelona. Aquella alineación de leyenda bien se merecería un homenaje público, un aplauso de la afición más largo aún que el cosechado recientemente por la memoria de Manolo Preciado, sin ánimo de establecer comparaciones, siempre odiosas, pues ellos elevaron el sportinguismo a los altares y a ellos y sólo a ellos les debemos el haber disfrutado, unos pocos años de nuestra vida, de la mayor excelencia futbolística que jamás volveremos a ver en El Molinón. Amén.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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