La segadora se ha tupido de nuevo y cometes la barbaridad de meter la mano para apartar la hierba sin desconectar las cuchillas. Lo has hecho por cuarta o quinta vez ese día, el lunes al mediodía, sin que pasara nada hasta entonces. Sólo que esta vez la mano baja demasiado, sientes un golpe tremendo, seco, que te dispara la mano hacia arriba, contra la parte superior de la boca de expulsión de la hierba y la sacas al instante a cielo abierto con al menos un dedo insensible por completo y la terrible duda de si estará o no estará en su sitio. Miras con la mirada más aterrada de tu vida, miras esperando lo peor y ahí está tu mano completa dentro de un guante negro. Un milagro absoluto. Te quitas el guante y ves sangrando la uña del dedo corazón, que tiene ya la yema negra. El aspa te ha dado por el canto superior y te ha lanzado la mano hacia arriba. Si te hubiese llevado la mano hacia adentro….
Coges hielo rápidamente y lo pones en el dedo machacado. Maldices una y otra vez la barbaridad cometida, al cambiar los hábitos de tu segadora, en el dique seco, por la de tu hermano, que no permite desconectar las cuchillas con el cacharro encendido. Maldices la barbaridad cometida y bendices la suerte recibida. Bendices seguir teniendo esposa, casa, prao, trabajo, familia, amigos y cinco dedos en cada mano. Lo bendices una y otra vez. Y con el dedo hecho trizas sigues segando y con el dedo hecho trizas lavas 140 botellas de sidra para embotellar cien litros del líquido elemento esta semana, durante el menguante lunar. Mueves el dedo y se mueve, luego no parece haber roto.
Recuerdas entonces aquella vez en que tu madre te sorprendió chupando la nata montada en las aspas de la minipimer con el enchufe puesto, recuerdas las mil veces en que la radial y la sierra circular te pasaron con el motor arrancado a unos centímetros de los dedos, recuerdas el día, hace ya casi dos años, en que lanzaste un chorro de gasolina a la cocina de carbón y te pusiste a arder por un brazo y por el pecho del forro polar… Y te dices para ti mismo que sigues entero por gracia divina. Y das las gracias a los ángeles del cielo y a los demonios del infierno por lo acontecido. Y prometes bendecir los diez dedos que adornan tus manos por los siglos de los siglos, consciente de que quizá hayas acumulado más papeletas que nadie para que te caiga un burro volando sobre tu cabeza o te caiga un meteoro encima cuando estés segando de nuevo. Prometes, a los cuatro vientos, que caminarás a partir de ahora por lo segao, no te meterás más con los curas del Codema y amarás al prójimo y a tus manos como a ti mismo.
pd.-Ojalá estas desagradables líneas eviten a alguien ser tan bárbaro. Habrán servido de algo.