Negros, brillantes, con las púas erizadas y sus naranjas carnes abiertas en canal. Contemplas tu docena de oricios crudos, recién servidos en El Globo, y sientes un ligero vértigo de placer gastromareal. Echas un culín, agarras la cuchara como si fuera un puñal y te lanzas a la bacanal. Ummmm. ¿Quién dijo que, finalizando abril, los oricios ya no están buenos? Armando, están cojonudos; le lanzas al dueño del chiringo. Y él asiente satisfecho cual Don Quijote de la Mancha Oriciera. Oricios del Globo, de Zarracina, de Begoña, del Guaniquei; oricios al fin y al cabo que saben a gloria bendita siempre y cuando vengan hinchados, los combines con sidra y luego, si quedan ganas, los remates con un queso asturiano de infartar; sea, por ejemplo, la Peral.
¿Quién dijo crisis Armando? Proclamas tu alegría por los alimentos recibidos y porque, pese a ser lunes, 22 de abril, El Globo está animado, con tres cuartos de entrada en sus mesas, en una sesión de cena tempranera que te levanta el ánimo para arrancar la semana. Sólo le pones un pero al simpático chigrero: “Armando, sales en todas las fotos, joder. Me pasé toda la cena mirándote”. Ríe el veterano barbacana y aprovecha para soltar un chiste mientras contempla de reojo esas imágenes compartidas con Julio Salinas, Maceda, Eva Hache, Anabel Alonso y no sé cuántas actrices más de esta España nuestra. Al salir a la calle la temperatura es plácida y el Muro restalla. Reina en Gijón esa quietud marinera de la noche, con una relajada bajamar y una sucesión de farolas que te marcan el camino a seguir. Entonces comentas con la esposa la conversación mantenida, mientras apurabas el queso, con la pareja alemana de la mesa de al lado. ¿Qué coño pueden hacer dos alemanes en Gijón un lunes de abril?, preguntas. ¿El camino de Santiago? El caso es que cuando, consultando sus móviles, nos mostraron el ‘blogtrip’ Saboreando Gijón nos quedamos de piedra. Control germano. Planificación. Solo entendiste el final de la pregunta: ¿……Gardín Botchkánico? Y te lanzaste a decirles, en tu macarrónico inglés, que “its a beautiful place where you can be lost two or three hours”. Luego la esposa tomó las riendas y les explicó la mejor forma de ir, además de recomendarles darse una vuelta por la Universidad Laboral. “Ok. Thank you”, concluyó la charla. Al pasar el puente del Piles, próximos ya al coche, cambiamos el tema teutón por un vistazo final a la bahía, que reluce como nunca.
Hoy vuelve a ser lunes y vuelves a descansar. Al mirarte al espejo en el baño te saluda un oricio con barba de dos días. Te das cuenta de que abril agoniza y de que, antes de que lleguen el bonito y las ventrescas, hay que despedir con honores a nuestro venerado equinodermo. Saludas al oricio despeinado del espejo y le dices: Luego nos vemos. Faenarás todo el día en el prao, preparando la huerta como dios manda, plantando tomates, lechugas y pimientos, hasta que pasadas las siete de la tarde te asomes de nuevo al Muro, a tu karma mental. Al paseo plácido, con el cielo despejado, tras las nieves tardías de estos días recientes, le seguirá la cita tempranera en otra oricería de confianza, Casa Zarracina, otro clásico, familiar, amable y con buen producto de mar. Ya estás salivando. Unas huevas de merluza aliñadas, unos oricios crudos, unos fritos de pixín, tarta de nuez para compartir y sidra como pa dos bodas. Aprietas mentalmente el paso, miras al escaparate y ves reluciente el plato de oricios en señal de reclamo. Se te pone una sonrisa de oreja a oreja y abres la puerta.