Bajas al garaje con una duda: ¿olerá aún? La víspera un tarro de piparras picantes mal cerrado derramó todo su líquido en el cajetín de la moto. El olor a encurtidos era total, así que lo dejaste abierto toda la noche ventilando. Cuando abre el ascensor, percibes un rastro de piparra. Surge entonces una duda: ¿qué colocar más cerca del fondo del cajetín? ¿guantes, gafas, bañador? Tiras por la calle del medio. En el Muro hay 22 grados, cielo encapotado y bajamar. Cuando te dispones a pisar la arena están cayendo cuatro pingaratas de lluvia. Así que optas por el modelo ‘made in Gijón’ de pantalón corto y gorro de pescador, dejando el bañador al aroma de las piparras.
El primer destino es el Piles. Se impone una supervisión de la obra de trasvase de arena. Tras cegar el ojo izquierdo del puente, camiones y excavadoras se afanan en rellenar el cauce anulado, la tarea más crítica, pues si bien en la bajamar el río obedece sin problemas y baja esquinado al Tostaderu, la pleamar tiene la inercia de chocar contra la 14 y girar a la izquierda contra el (ahora) viejo cauce, una costumbre difícil de cambiar. Observas los movimientos cuando llega un jubileta con ganas de hablar. Es algo escéptico, aunque aprueba esta obra menor por los beneficios cortoplacistas que pueda reportar. Asientes, pues piensas lo mismo. Habrá más arena en la 14 y la 15; además de poder poner más casetas, pese a que chinche la stalinista Tita Caravera, que quería quitarlas todas (es lo que tiene poner a una foriata al frente de una asociación vecinal como la de La Arena). Recorres la orilla hasta San Pedro y el día restalla. Dos adultos juegan a la petanca a pocos metros de los camiones. Otros simplemente pasean. Sale el sol y de repente ¡es verano! Quitas gorro, pones gafas, cuelgas los playeros al hombro y sacas pecho. ¡Veranooooo!
Al llegar a la Escalerona no hay la menor duda: se impone el primer baño del año, pese a llevar un grueso pantalón corto y gayumbos. Al agua con todo, por no volver hasta la moto. La mar está fría, pero celestial. Serán las doce. Qué maravilla. Cuando vuelves por la orilla tras una ducha rápida te apetece gritar de júbilo, abrir los brazos y hacer una danza tribal. Que suene Pitbull. ¡Que estalle el verano de una vez! Imaginas a paseantes y bañistas bailando una coreografía al unísono en plan Bollywood. Vieyos y jóvenes, perros y gaviotas. Todos en danza. Pones el bañador con olor a piparra y llegas a casa con ganas de fiesta. Música a buen volumen, ya tu sabes. Ordenador encendido para escribir un poco. Patatas guisadas con setas en la perola. Y un operativo en la bañera: metes los playeros del revés para limpiar la arena hurtada a San Lorenzo. Las cloacas de Gijón se encargarán de devolverla a su sitio. ¡Que no están los tiempos para que te pillen con arena de la playa en casa! Subes el volumen del cabeza rapada que va a venir el 25 de julio, mueves la chola a izquierda y derecha. Y te dices: “La vida (con sol) es bella”.