(Tragicomedia griega 2)
Atenas es francamente fea a primera vista. Un aeropuerto lejano, un autobús que se adentra a una ciudad vulgar, exceso de coches, contaminación. Sin embargo, es una visita obligada. La acrópolis y el museo arqueológico lo merecen con creces. Así que lo mejor es ubicarse bien, a las faldas del Partenon, en ese barrio pintoresco, aunque saturado de humanos, llamado la Plaka. Eliges el Hotel Adrián para no perderte. Te lo venden como el más cercano al camino de subida a la acrópolis. También te lo cobran. Pero hay que iniciar el viaje con buen pie. Llegas a las tres de la mañana tras dos cómodos saltos con Vueling vía Barcelona, un bus hasta Sintagma y un taxi. La habitación es sencilla, el baño regulín y al asomarte a la ventana, haciendo un escorzo con el cuello, divisas la acrópolis iluminada. Bien. Por la mañana te convencerás del todo de la elección. En el Hotel Adrián se desayuna en la azotea con una espectacular vista de la acrópolis, así como de un espacio intermedio salpicado de tejados ‘rurales’ por los que enredan cantarines gorriones y vencejos. No hay rastro de la fea Atenas y sí un recuerdo lejano de la bella Granada, con ese diálogo que se forma entre el Albaicín y la Alhambra, el rincón más bonito de toda España. Pero la compañera de desayuno insiste en que estás en Grecia y en que no compares. Así que te centras en tu yogur griego con miel, en tu zumo de naranja, en tu tortilla francesa con bacon y en contemplar la acrópolis.
Diez años atrás, en tu primera incursión griega, visitaste la acrópolis y te quedaste sin museo arqueológico al estar en obras. A cambio alquilaste un coche para recorrer de noche el Cabo Sunio hasta el templo de Poseidón, bajo el cual te bañaste iluminado por la Luna. Al día siguiente fuiste hasta el oráculo de Delfos, a unas dos horas de viaje, algo fascinante; antes de poner rumbo a Creta, Santorini, Rodas y Castellorizo. Ahora toca empezar por lo no visto: el mejor museo arqueológico del mundo junto al del Cairo. Vas a pie a la plaza de Monastiraki, tomas el metro y en dos paradas quedas al lado. Te adviderten en el hotel sobre el peligro del metro y de los carteristas. Tú no aprecias nada de nada. Vas directo al tesoro de Atreo y ahí tienes de frente la máscara de oro de Agamenón, hallada por el alemán Schliemann que descubrió la Antigua Micenas. Luego resultó que no era de Agamenón, sino de otro rey anterior al siglo XIII antes de Cristo, con lo que se pierde aún más en la memoria de los tiempos, aunque con menos caché. Esculturas, joyas, vasijas… En una vitrina descubres unas sencillas tablillas con rayas horizontales y símbolos alineados sobre cada una. Estás, nada menos, que ante el primer testimonio escrito del hombre. Se denomina ‘lineal B’, está datado en la Micenas entre los siglos XVII y XIII antes de Cristo y está descifrado. Se considera que eran anotaciones de existencias referidas sobre todo a comida y bebida. De todo te va ilustrando la compañera de viaje, que para eso es historiadora del Arte. Tú pones cara de Paco Martínez Soria, haces preguntas e intentas retenerlo todo.
De vuelta a la Plaka toca buscar la Taverna Vizantino, recomendada por la Lonely Plannet, la mejor guía del mundo mundial. La propuesta es acertada. Está un pelín separada de las calles atestadas de restaurantes, tiene una plaza con vetegación y una terraza muy fresca para combatir un calor de justicia. El camarero, curiosamente, te recuerda mucho a un antiguo jefe, así que al momento lo bautizas como ‘Benja’. La primera comanda griega sabe a gloria: tzatziki, ensalada griega, musaka y sandía. Y qué mejor que echarse una siesta en el Hotel Adrián, a menos de diez minutos, para digerir las primeras impresiones griegas. Un callejeo vespertino conducirá a otro consejo gastronómico curioso: Ouzeri Kouklis, donde cenarás en un balcón cinco de los veinte platos que te muestran a la vez en una enorme bandeja.
Tras otro maravilloso desayuno con vistas, toca repetir la acrópolis. Subes a pie desde el hotel por una bonita carretera peatonal hasta encontrarte de bruces con el Partenon, las Cariátides, la multitud y unas espectaculares vistas del manto de casas de Atenas (desde la altura parece hasta guapa) que se prolonga hasta el mismísimo mar. La esposa condena los expolios de los ingleses y el marido recibe una nueva clase magistral. La Atenas de Pericles, siglo V antes de Cristo, la orden del oráculo de desalojar la acrópolis para dedicarla exclusivamente al culto a los dioses, todas las maravillosas esculturas que se veían durante la subida… Con todo el repaso histórico desciendes monte abajo al ágora clásica, convertida ahora en un amplio parque con algún templo salteado y otro museo.
El calor te doblega pese a llevar una botella de agua en la mano, gorro y gafas como un turistón del montón. De repente, en un rincón aparece un bonito césped alimentado por cuatro bocas de riego, a las que te lanzas para darte una auténtica ducha en público ‘por partes’: cabeza entera, pies… La gente mira raro, tú te quedas en la gloria. Spain is different. Por la tarde saldrá el avión para Corfú. Antes vas a comer de nuevo con ‘Benja’. Y compras para el amigo Pablo dos imanes kitsch de nevera (encargados) con imágenes de los dioses del Olimpo. Desde luego, hay gente para todo.