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Adrián Ausín

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Paxi (y su limón)

(Tragicomedia griega 4)

Cuando los yanquis dicen que han tenido un sueño uno se prepara para cualquier cosa. En mi caso, el sueño de Grecia era Paxi, esa isla chiquitina situada debajo de Corfú con otra aún más pequeña a su lado llamada Antipaxi. Cuando descubrí Paxi y Antipaxi el viaje comenzó a tomar forma. Ahí es donde tendremos relax total, mar azul, playas de postal y todas esas cosas; pensé. Reservé tres noches, sólo tres noches, porque en la tercera pasaba de temporada baja a alta y el hotel pasaba de 45 euros a 100. Así que pagaríamos dos días barados y uno caro. Las fotos de internet eran la bomba: pueblín en forma de herradura, Gaios, veleros atracados, un islote en medio haciendo de protección natural, ambiente rural combinado con la visita diaria de los ocupantes de los barcos atracados, un pelín de turismo… El paraíso.

No contaba, sin embargo, con un contratiempo inimaginable para alguien que come todos los días tomates, naranjas, limones…; y tiene por tanto la vitamina C por las nubes: la gripe. Tres días de aire acondicionado en Grecia (el peor invento que ha ideado el hombre) para dormir a la fresca provocaron una gripe como esas que se tienen de niño con casi 40 de fiebre, sudores y deslome total. Así que Paxi, el sueño gijonés, se convirtió en una cama de un apartamento llamado Paco’s, con vistas a los olivares del monte de enfrente, unas sesiones de lectura de sol a sol y sandía, mucha sandía a todas horas. Dos días de cama en Paxi son un crimen, sobre todo para quien contaba los meses y los días para llegar precisamente a ese rincón del Mar Jónico. Pero así fue. De modo que, deportivamente, luchando contra los elementos, uno pasó dos días sudando, adelgazando, cagándose en todo.

Sin embargo, esta tragedia griega, inserta en un periplo de 18 días, no fue absoluta. Antes de caer doblado la primera tarde noche, tuve tiempo de ver Paxi, de caminar por su placidez, de acompañar a la esposa a comprar un bonito sombrero blanco, de subir a un bote para ir a la paradisiaca playa de Antipaxi, de pasar allí un maravilloso día y de volver en el último turno, el de las cinco, para caminar otro poco por Paxi, olfatear su ambiente y su mar, casi al ras del pueblo, para ir sintiéndome mal y llegar de repente al Paco’s hecho un Cristo. Encarcelado en Paxi me juramenté para volver. Cuando al tercer día, a las siete de la mañana, me subía al coche de un señor del hotel que nos llevaba al embarcadero reventaba de rabia por dentro, pero ya empezaba a estar bien. Así que cuando el señor dijo eso de ‘Do you feel all rigth?’, puede responder casi sin mentir eso de ‘Yes, thank you’. Pasar en aquel coche por las calles de Paxi, preso, rumbo al hidrodeslizador, casi me saca una lagrimina. Casun Soria Paxi! Aquí he de volver!

pd.-De Paxi, de mi amada Paxi, al menos me llevé un limón en la maleta que viajó de Paxi a Corfú, Citera, Gerolimenas, Nauplio, Hidra, Atenas, Barcelona y Gijón. Embargado por la emoción, hace unos días, lo exprimí sobre una jarra de agua de la fuente de Fontaciera y me la bebí entera con el desayuno. ¡Por Paxi! ¡Joderrrrrrr!

 

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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