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Adrián Ausín

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Los autobuses en Grecia

(Tragicomedia griega ocho)

El autobús Gerolimenas-Esparta sale a las 7.15 de la mañana; hora oficial. El día es incierto, pues en Esparta hay que coger otro hasta Tripolis y luego otro hasta Nauplio, primera capital oficial de la historia de Grecia. Cada viaje ronda las dos horas, pero si los enlaces no van bien puedes quedarte tirado en Tripolis, un lugar sin encanto, y perderte el hotel pagado en Nauplio. Así que hay cierta tensión. Pero la cosa empieza bien: el conductor, Agustín González a la griega, arranca a las 7.05 con dos únicos pasajeros en primera fila, dos gijoneses que se las prometen muy felices con el adelanto, sin dejar de mostrar cierta extrañeza por si alguien que fuera a la hora se queda en tierra. La cosa se tuerce enseguida.

A cinco minutos de Gerolimenas, Agustín González para el bus en medio de una recta. Se sube una chica joven, rellenita, con blusa fuxia, pantalón elástico negro y playeros fuxia a juego con la blusa y las uñas. Se sienta también en primera fila, a nuestra derecha, y le dice algo al chófer muy suavemente. Él, tras pedir alguna suerte de aclaración, se sale de la carretera principal para meterse por otra llamemos comarcal que se adentra monte arriba por una zona llena de cruces, micropueblos, hondonadas y tierras secas definidas por murias. Agustín González habla cada vez más alto, dejando en evidencia una voz estropajosa, rota por el tabaco que fuma sin parar. Tiene un timbre agresivo, fuerte, que hiere los tímpanos. No para de hacer preguntas a la joven melosa, que contesta con monosílabos; todo ello, claro está, en riguroso griego.

Cuando han pasado veinte minutos Agustín González ha dado dos o tres veces marcha atrás por estrechos caminos de cabras, ha pegado mil voces, ha llamado por el móvil mientras conducía no se sabe a quién; la melosa también ha hablado, ha llamado por su móvil; y nadie sabe qué cojones hacemos por estos caminos de cabras. Imagino que buscan a un tipo que aguarda el bus, pues los autobuses en Grecia paran en todas partes, se salen del circuito, entran y salen en pueblos y no parecen tener un guión más definido que el origen y el fin del trayecto. Cuando pasa media hora, la esposa pegunta a la melosa: Do you speak english? Ella dice “yes” con poca convicción. Entonces le pregunta: What happend? Y la melosa desliza dos breves palabras tan incomprensibles como exóticas: “Dri” (espacio) “Pu” (fin). Cuando han pasado casi 40 minutos perdidos por caleyas el autobús se para finalmente ante un hombre de mediana edad, pelo largo, barba de cuatro días y sandalias. Sube, se sienta con Melosita, hablan como si se conocieran de siempre y recuperamos la carretera general. Ufff. Agggg. Grrrr.

El resto del viaje entra en los estándares de la normalidad griega: mil paradas en todas partes, un chófer que fuma y habla por el móvil mientras conduce, motoristas que te adelantan sin casco y el reloj que avanza incierto. Pese a que el incidente con Melosita ha quedado atrás, Agustín González no calla un minuto. Vocea al teléfono, vocea a los pasajeros que le indican desde su asiento dónde quieren que les pare, vocea para sí mismo. Piensas que de un momento a otro le arderá la garganta, le saldrá fuego por la boca, le reventará el cuello. Pero no. Ahí sigue. Llegas a Esparta a las 10.20 y corres a sacar billete para Tripolis. Sale a las 11.30, así que encaja con el de las tres a Nauplio. Ya relajado, buscas a Agustín González por el andén para hacerle una foto. Su voz lo merece todo. Le pillas sentado, por supuesto hablando, con un puntu y justo cuando aprietas el botón de la cámara se gira, así que tienes a Agustín de lado. Algo es algo.

El autobús Esparta-Tripolis tiene sorpresa. Al cuarto de hora para en un pueblín y te pasan a otro que está lleno. Te toca ir de pie más de media hora. Y en el Tripolis-Nauplio se repiten las salidas de la carretera principal a pueblos perdidos mientras el chófer, entre curva y curva, fuma, habla por el móvil e incluso cuenta los billetes vendidos. Cuando llegas a Nauplio has desterrado ya la idea de ir a las ruinas de la Antigua Micenas, a media hora para la izquierda, y al teatro de Epidauro, a una hora para la derecha, en servicio público. Mejor alquilar un coche un día para ir a tu bola. Ahora bien, en el autobús, puedes dar fe de ello, jamás de aburres.

 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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