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Adrián Ausín

Campo y playu

El pastor del Cuera

Tiene 65 años bien sudados. Se apoya en su vara de avellano mientras desgrana los avatares de la vida en el campo. Este pastor de la Sierra del Cuera viste botas de monte, pantalón mahón de faena y una camisa remangada sobre unos brazos fuertes, curtidos, nervudos. Tiene el pelo blanco y barba de dos días. Se ha topado con dos gijoneses que regresan de coronar el pico El Paisano (en realidad, se han equivocado y coronaron el siguiente). Uno de los dos le interroga, el otro escucha. Y el pastor del Cuera responde animado por la compañía. Viene de controlar el ganado en estas majadas con vistas al mar Cantábrico, a un lado, y al impresionante Urriellu, al otro. El paisaje es idílico, pero las palabras del pastor destilan resignación.

Cuando era chaval, cuenta, recuerda dos asentamientos de cabañas casi vecinos con plena actividad. En uno había unas siete familias; en otro, cinco. Eran tiempos de chavalería, animación, mucho ganado y trabajo a espuertas. De todo aquello apenas quedan hoy construcciones en ruina, murias semiderruidas y, dispersos por el monte, vacas, ovejas, cabras y caballos propiedad de los pocos que mantienen el monte activo. Los hijos, relata el pastor, se dedicaron a la construcción y en los tiempos que corren, con todo un rosario de exigencias legales, ya no es viable retornar al campo. Hace treinta años, a este hombre le pagaban 7.000 pesetas por una oveja. Llegó a vender lotes de 70. Ahora se las pagan a 45 euros. O sea, lo mismo, solo que treinta años después. Y así cómo va a volver nadie al campo, reflexiona. También rememora cuando hace unos años reaparecieron los lobos para hacer estragos y la guardería del Principado no era quien a acabar con ellos. Al final, se juntaron todos los afectados, hicieron una gran batida y mataron once.

Descrito el declive, en medio de un paraje maravilloso, el pastor del Cuera comienza a desandar el camino acompañando a los dos gijoneses. Entonces surgen las anécdotas. Como aquella fiesta celebrada en la cima de El Paisano a la que cada pueblo alzó gruesos troncos para hacer una gran hoguera. Más de veinte vecinos aparecieron por la majada con un inmenso abedul que dejó boquiabiertos a los demás, que tampoco se quedaron mancos. Refiere también los tiempos en que todos los techos de las cabañas se hacían con tapines de hierba. Puestos uno contra otro, explica, enraizaban y no pasaba una gota de agua. Explica asimismo cómo transportaban las piedras para hacer las cabañas sobre dos tablones. O cómo desde la cama de su casa puede saber si va a hacer buen día. Si las vacas salen a las cinco de la mañana es que hará calor. Si no salen del establo por su propia voluntad es que las nubes están al acecho. Otra picaresca del campo que escuchó a un nonagenario de Cabrales y luego comprobó en sus carnes es que antes de llover las fuentes manan más agua, a modo de anuncio de lo que vendrá. No sabe muy bien el porqué. Pero da fe de ello. O que las vacas agitan sus patas traseras cuando se aproxima el aguacero.

Uno de sus oyentes, con orígenes en estas tierras fronterizas con Cantabria, aporta otra rememoranza de cuando, 40 años atrás, siendo niño, veía llegar hasta cuarenta mulos cargados de queso picón (Cabrales) para practicar el trueque por otros productos con los que pasar el invierno. ¡Trueque, sí, en los años 70! Cuando los gijoneses se despiden del pastor, más conscientes si cabe de los tremendos cambios experimentados en el último medio siglo, dejan atrás a un hombre que a buen seguro no tendrá relevo en las majadas de la Sierra del Cuera cuando decida colgar las botas. Y la vara. De las mil machadas de aldea comentadas, de subidas y bajadas al monte en bici, a pie o carretando lo que hiciera falta, poco queda más que un paisaje sublime que funde el mar con el Urriellu, majestuoso en el perímetro celeste de los Picos de Europa. Los caminantes abandonan el Cuera con la convicción de que la Humanidad avanza quizá demasiado deprisa. Cuando al llegar a Gijón uno de ellos se entere de que a su sobrina le han regalado un teléfono móvil por su décimo cumpleaños lanzará un alarido de indignación. Acaso hubiera sido mejor una vara de avellano para enderezar esta sociedad descarriada.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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