Sales al Muro a dar un voltio antes de la comida y te topas con una marabunta de guiris. Son inconfundibles. En alto porcentaje viejos, con gorretos, gafas, chubasquero y cámara de fotos en mano. Van en pareja. Toman imágenes del mar, que está bravo y lanza espumarajos a la altura de la escalera 2, la de la rampa. Son turistas del ‘Adventure of the seas’, un crucero que trae en sus tripas la friolera de 3.800 viajeros, tripulación incluida, en su mayoría británicos y yanquis. La ciudad les contempla curiosa. Y no reacciona. Ellos sonríen, caminan, atienden al paisaje marinero y no paran de tomar fotos. Nosotros les miramos. Nada más. No hay ni un cartel en inglés en todo Gijón. Qué extraño. Si tuvieras un bar, un restaurante, una tienda de lo que fuera, lo primero que harías es colgar un gran letrero in english, en un viernes festivo, ofertándoles lo que sea e incluso anunciando un descuento al pasaje del crucero. Pero en este Xixón pasmao nadie mueve un dedo. Fiamos nuestra suerte a las incercias del día a día, lo que hace llevarse el gato al agua al mercado ecológico de la Plaza Mayor. Por pura casualidad, por estar en un extraordinario lugar de paso, no porque se haya organizado con motivo de la llegada de miles de turistas.
Pasas el rato haciendo fotos a los guiris que hacen fotos. Te acercas a ellos y los retratas retratando Gijón. Te lo pasas en grande. Desde la escalera 12 hasta el Cerro, luego bajando al Muelle y de ahí, por Pelayo y la Plaza Mayor, de nuevo hasta la 12, donde dejaste la moto. Hay casi tantos extranjeros como autóctonos. La sensación es singular. Somos la Marbella del Norte por un día. Pero no nos enteramos. En los bares predomina la comunicación gestual, igual que en el puesto de chorizos del mercado (“si lo prueban, compran”, te cuenta el tendero) o en las sidrerías de la zona. EL COMERCIO llama por la tarde a Carmen Moreno y ella disculpa el cierre masivo de las tiendas. El crucero no iba a entrar y luego el capitán cambió de criterio tarde, por lo que no dio tiempo a avisar a los dueños de los negocios. Excusas. Si Gijón fuera Japón abría en un instante la ciudad entera, siquiera en su versión litoral, que es por donde pacían los inglesones. Pese a todo, hubo quien declaró a la prensa que “Gijón is lovely”. Y a buen seguro que nos quedaremos con eso. Así que mientras los ingleses paseaban, los gijoneses también paseaban. No vamos a ser menos.
Si llegan a ser conscientes de nuestra apatía, acaso podían haber vuelto al barco, coger unos espadones y tomar la villa de Jovellanos para la causa de la Gran Bretaña. Nosotros seguiríamos bebiendo sidra. Hasta que un llagareru dijera: “Oye, ¿será verdá eso de que conquistáronnos los ingleses?”. Y el cliente replicase: “Calla la boca y echa otro culín”. ¿Gibraltar en Gijón? Maybe.