La crónica personal de mis singulares vivencias en Cruz Roja de Granada dejó un tanto mal parada a la institución, además de a mí mismo. Así que la complemento con otros casos muy cercanos que abren algo la perspectiva mili/prestación de los cuarentones; esa gran generación que vivió a caballo entre ambas opciones (pero con desplazamientos a pie, ojo).
Y empiezo por los caballos. Poder descolgar el teléfono, en plena mili, y decir, alto y claro: “Sementales, dígame” es algo al alcance de muy pocos. Un privilegio para enmarcar. Mi amigo S. estuvo unos cuantos meses diciendo la altisonante frase, además de hacer de mamporrero en las montas y andar enfrascado en cruces beneficiosos para la caballería del Ejército. El muy perillán, estudiante entonces de biología, se hinchó a decir “Sementales, dígame” en el acuartelamiento, creo recordar que cántabro, donde estaba. Cada vez que volvía a Gijón lo contaba una y otra vez en la Ruta de los Vinos. “Sementales, dígame”, “Sementales, dígame”… Vaya jeta. Nosotros intentábamos bajarle el ego diciéndole que va, que no se le había pegado mucho, pero él erre que erre; veinte años después lo sigue contando.
Otro amigo, R., se fue por aquel entonces a Cáceres, donde hacía un calor de mil demonios. Cuando venía de permiso le recuerdo en la entrada de la Ruta contando cómo se achicharraba y cómo pasaba la vida en la cantina bebiendo zumos. “En un mes habré gastado 10.000 pesetas en zumos”. Yo se lo oía contar a uno, y a otro, y a otro, siempre aportando la misma cifra. Cuando el día agonizaba, antes de irnos a casa, me hacía el distraído y le preguntaba: Oye, R., ¿cuánto decías que te gastabas en zumos? Y él, muy serio, me replicaba: “Unas 10.000 pesetas”. Pero entonces veía mi cara de chiste y se descojonaba él también. El viernes pasado, en plena cena en El Carmen, le pregunté de repente: ¿Cuánto gastabas en zumos en El Ferral? Y él, rotundo, me replicó veinte años después: “Unas 10.000 pesetas” (pero ya con la risa incorporada a la respuesta).
Pero no todos los recuerdos fueron chanzas. También tengo un gran hermano que hizo la prestación en Cruz Roja Gijón. Sus experiencias fueron duras: sobre todo, asistir a gente impedida. Un buen día le dieron una dirección: tenía que ir a un piso sin ascensor, ayudar al interesado a salir de casa y pasear. Llegó allí un tanto escamao, le abrieron la puerta y lo condujeron a una habitación. Allí estaba un hombre tumbado y cuando O. broder le preguntó si se iba a levantar ya, éste le contestó: “Tienes que ayudarme chaval. Ye que yo soy enterizu”. ¿Y eso? “Pues que no doblo”. Y ahí tienes a mi hermano bajando al enterizu que no doblaba por la escalera. Eso sí que fue mili.