La resignación es la moneda común de cuantos hablan del Dindurra. El café era un negocio privado y el local que lo alberga es una propiedad privada. Ahí se queda el común de los opinantes con cargo público. La propia alcaldesa, en unas desafortunadas declaraciones, vino a decir la semana pasada que tenía otros pájaros más gordos en la cabeza. Así pasan los días sin que nadie haga ni diga nada encaminado a preservar el último gran café de Gijón. Sin embargo, a falta de un empresario dispuesto a prolongar sus 112 años de vida, hay dos medidas muy claras que pueden adoptarse para ‘bloquear’ la desaparición del café.
La primera compete al Gobierno del Principado, que podría declararlo Bien de Interés Cultural (BIC), lo cual impediría verlo transformado en un Zara o una hamburguesería. Es lo que propone hoy en EL COMERCIO Francisco Carantoña Álvarez en un clarividente artículo de opinión. La segunda, más cara, pasaría por la compra del local por parte del Ayuntamiento de Gijón y su alquiler posterior a un precio competitivo para la iniciativa privada. La primera es más barata, pero nadie ha movido un dedo en ese sentido ni ha manifestado tal interés. Para los políticos hay otras ‘prioridades’. Respecto a la segunda, no se entiende que se inviertan 8 millones de euros en 2014 en el plan de fachadas de Gijón y no se puedan invertir 2 ó 3 en comprar un local que es en sí mismo una esencia de la ciudad. ¿Por qué no? No sería tirar el dinero, sino destinarlo a garantizar la continuidad de un bien esencial.
¿Permitiríamos la demolición de la Escalerona? ¿De El Molinón? ¿De la Lloca? ¿De la Iglesiona? ¿Permitiríamos la demolición del edificio del Varsovia? Si hay edificios protegidos en Gijón, ¿por qué no un café protegido? ¿A quién ofendería la medida? No sería, además, dinero regalado, sino invertido. No dejemos pasar el tiempo contemplando impotentes cómo se empieza a desmantelar el gran café que nos queda. ¡Salvemos el Dindurra!