Extraña semana trágica la vivida en Gijón desde el pasado miércoles hasta el presente miércoles. El cierre del Dindurra sumió a todos en la zozobra, en el lamento por la pérdida del último gran café. Ni la propiedad del local ni la propiedad del secular negocio ni los políticos de la ciudad; ninguno de los protagonistas de esta convulsa historia, en definitiva, explicó públicamente la protección legal que salvaguarda al Dindurra como café. La alcaldesa lamentó la pérdida, pero advirtió que tenía problemas mayores. Y su antecesor Areces, a priori más conocedor de las tripas del urbanismo gijonés, tampoco aclaró nada al respecto, ciñéndose al lamento y a la llamada a la iniciativa privada para reabrir el negocio. Todos, sin pretenderlo, contribuyeron en buena medida al ambiente fúnebre en torno al café que abrió sus puertas en 1901 y las cerró en 2013.
Hoy podemos lanzar un grito de felicidad. ¡Habemus Dindurra! Hoy sabemos que, cuando menos, tenemos el Museo Café Dindurra, sin existir posibilidad alguna de la reconversión en tienda, súper o banco. O tenemos un café museo o reabre el café tal cual lo conocemos. Así lo determina el catálogo urbanístico de Gijón en la ficha específica del Dindurra, tal y como informa EL COMERCIO. En ella se explicita la protección total del edificio, del uso como café, de la decoración y del mobiliario. O sea, ¡todo! Nadie puede alterarlo. Sólo cabe por tanto esperar el entendimiento entre la propiedad y un potencial empresario hostelero interesado. Quizá cambie el sabor de las croquetas o quizá contraten a la misma cocinera. Pero lo prioritario es la reapertura.
Qué felicidad poder reformular una nefasta noticia en otra asentada en bases tan diferentes una vez hecha añicos la idea generalizada de que la protección afectaba solo a la fachada y los elementos estructurales del edificio de Begoña. La ficha urbanística del Dindurra, de complejo acceso, el secreto mejor guardado hasta hoy, aguardaba callada a que la mar estuviera en calma para devolver media sonrisa a los gijoneses. Será completa cuando recuperemos el tradicional aroma de las croquetas, los cafés a 1,75 y el chocolate con churros. ¡Jaque mate a la resignación!