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Adrián Ausín

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Italia, siempre Italia

(Italia 1)

Italia bien se merece un quinto viaje. E incluso quedarse a vivir en ella. La primera vez, allá por 1989, fue Venecia, con amigos, en una escala inolvidable de un viaje inolvidable en interrail de Irún a Estambul. A la escala veneciana le siguieron años después una semana entre Roma y Florencia (2005), otra en la Costa Amalfitana (2008) y diez días entre Cinque Terre, Toscana, Verona, Padua y Venecia (2010). Ahora tocaba Milán, adonde nunca pensaste ir por aquello de su etiqueta de ‘ciudad industrial’, con dos interesantes añadidos: Vicenza y Como. Nueve días a razón de tres noches en cada destino, con una guía especial, la muyer, quien tenía ‘tareas’ en Milán a las que se sumó el homosapiens con el que vive. Desde la escapada que hizo en marzo en solitario, sus crónicas pusieron los dientes largos a quien suscribe y como ella tenía que volver, esta vez el home olvidado en primavera se escondió en la maleta para emerger en el invierno milanés con bufanda, trenca, jersezucu de cuello alto, guantes y playero bota. ¿Voy bien así? La ropa era importante, pues ir a la capital del diseño y la moda con pantalón corto, como amenacé por activa y por pasiva, no iba a ser posible. En Milán, el maridu tenía que ir al menos presentable. Luego ya tenía permiso para relajar el atuendo.

 

Frivolidades aparte, Milán tiene un horrible envoltorio en todo su extrarradio que oculta un ‘güito’ made in Italy. De la Stazione Centrale al Hotel Marconi hay cinco minutos y del Marconi al inicio del güito otros cinco. En cuanto te adentras en el casco histórico te sumerges en una sucesión de casas/palacios de piedra bajo la cual se alinean tiendas/palacios de Dior, Armani, Prada, Boss, Lauren, etc, etc, que a ti no te dicen nada, pero al común del género femenino (y no sé por qué también a los rusos) le calienta la sangre como a un paisano un Barça-Real Madrid. Una sucesión de calles peatonales se denomina ‘El cuadrilátero de oro’. En ellas unos zapatos no bajan de los 400 euros, los abrigos se cifran en miles de euros y un horrible bolso de Prada se acompaña de una etiqueta donde reza: 14.900. ¡Por dios, Rosío!, como le decía Raphael a Rosssío Jurado. ¡Por dios! ¡Por dios! ¡Por dios! En vez de prender fuego a este dislate, uno razona que también deben existir sitios así, que Milán es la capital mundial del diseño, que los ricos también compran y todas esas cosas. La presentación de las tiendas, ciertamente, es un espectáculo en sí misma. Todas están diseñadas hasta el último detalle. Si el escaparate es todo blanco, por ejemplo, el dependiente que te aguarda junto a la puerta es negro azabache. En Milán se cuida hasta la raza. Y no digamos la amabilidad, la frase precisa, la sonrisa perfecta. Caminas por el afamado ‘cuadrilátero’, que por supuesto abre todos los domingos, como debe ser, pues es cuando la gente tiene tiempo para comprar, sintiendo una punzada en el orgullo patrio gijonés, con nuestro deprimido comercio, de horario fijo que no da la talla ni aunque calces el 41. Así que no te queda más remedio que darle la razón a la muyer (SIEMPRE tienen razón, a ver si nos enteramos de una vez) al convenir que, ciertamente, Milán debe existir, aunque tú no puedas evitar acordarte de los pobres negros de África o pienses que deberían encarcelar al instante a quien pague 14.900 euros por un bolso pequeño y hortera.

Pero Milán no solo diseña ropa o complementos. También diseña mesas, sillas, lámparas, sofás, neveras e incluso sacacorchos. Todo lo diseñable se diseña en Milán. Y de Milán se exporta al mundo. De Ahí que en Milán vivan los mejores diseñadores, los que marcan tendencias, que se pueden apreciar en muchos de los escaparates del mencionado güito milanés. Una tradición de la que cobras mayor idea cuando visitas el Museo del Diseño (Triennale di Milano), donde entre una larga lista de grandes nombres masculinos (Castiglioni, Magistretti, Alessi…) se ha colado un nombre asturiano: Patricia Urquiola, quien vive, crea y deslumbra en Milán desde hace treinta años. Un orgullo ver su obra ya como pieza de museo.

Dicho todo esto, explicada esta innegable esencia milanesa del siglo XXI, ¿qué le deslumbra a un cilúrnigo aterrizado entre tanta vanguardia con su trenca de los domingos? Enumeremos: 1.El precioso parque público que antecede al casco histórico milanés. 2.El castillo de Ludovico Sforza el Moro con la amplia zona verde que prolonga el relax hasta el arco del triunfo. 3.La galería de Vittorio Emanuele (pese a su bolso de 14.900 euros). 4.El entorno del Duomo con su mercadillo navideño (la catedral en sí impacta pero es un tanto ‘pastelón’). 5.’La última cena’ de Leonardo Da Vinci. Este último capítulo, que en realidad es el primero, se basta por sí solo para convertir Milán en visita obligada. No hace falta rezar ni entender de arte. Basta documentarse un poco, abrir los ojos y mirar.

El fresco de Leonardo merece capítulo aparte. Llegaste a Milán un 30 de noviembre, lo dejaste un 3 de diciembre y te quedaste a las puertas del estreno de ‘La Traviata’ en la Scala, muy discreta por fuera aunque brillante por dentro, según se aprecia en las fotos. Una pena, pues para esa primera representación la butaca sencilla salía a unos dos mil euros. Pareja, cuatro mil, pues. Robas el bolso hortera de Prada, lo vendes en el mercado negro y te sobran diez mil euros para la cena y las propinas. O para comprarte un modelín de machomán milanés, a saber: sapato brillante, pantalón ceñiducu, plumífero caro y bufanda enredada al cuello. Ay, si el Jesucristo de ‘La última cena’ levantara la cabeza… Escorría a los milaneses hasta Albania.

 

 

 

 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


diciembre 2013
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