El Muro resistió heroicamente. Su pétrea masa se contrajo como las tenazas de una ñocla ante la llegada de las olonas. Las frenó en enero, las frenó en febrero, las frenó en marzo. Tanta tensión, tanto golpeo de toneladas de mar, tanta furia marinera acabaron, sin embargo, por resquebrajar sus cimientos, arrancar sus adornos y deslucir, en definitiva, su señorial estampa salitrosa. Pero cumplió su misión. Salvó la ciudad de la debacle. Protegió el núcleo urbano. Defendió valeroso la villa de Jovellanos, que se recupera estos días de las graves heridas de la batalla.
Superada la gran contienda planteada por la mar, toca ahora inyectar hormigón de refresco en las entrañas de nuestra gran muralla de contención, aportar nueva savia para sus tendones, recolocar botaolas, farolas, baldosas y barandillas; para llegar al fin al verano con su viejo esplendor renovado. Intramuros, la ciudad también revive. A doscientos cincuenta metros de la Escalerona en dirección a Begoña, el Café Dindurra, cerrado a cal y canto desde noviembre, transmutado de estandarte en triste fantasma, se prepara ya para una respetuosa reforma. ¿Brillante también? Seguro que sí.
Cuando, allá por junio, vuelva a salir el sol en San Lorenzo quizás esté en disposición de entrar por la puerta giratoria del viejo café para llenarlo de luz. Será un Dindurra ‘Años 20’, con mañanas cafeteras y tardes musicales, que incluso se vestirán de noches con gin-tonics los fines de semana. La primavera en Gijón será floreciente. El Muro volverá a ser Muro. El Dindurra volverá a ser Dindurra. Dos esencias llamadas a regresar con plenitud para que Gijón vuelva a ser Gijón.