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Adrián Ausín

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El Puerto (Riaño)

La infancia es la patria de cada cual. En ella se ponen los cimientos de lo que serás después. Tu infancia y tu adolescencia tienen una foto fija: el puerto, la explanada, el río. Todas las mañanas de todos los veranos tomabas ese camino. Salías de casa al mediodía con la bolsa de la comida de toda la familia, atravesabas la plaza, rodeabas la iglesia y te adentrabas por aquella calle larga llena de boñigas que te conducía hasta Resejo, el prao de los mercados de ganado. Al fondo de la chopera había que cruzar un regatín y te asomabas al río. Todas las madres estaban instaladas en aquella esquina, en un rincón junto al río que permanecía acotado durante julio y agosto por el mismo clan familiar: el tuyo. Ahí se celebraban las comidas: ensaladillas, patatas en ensalada, filetes empanados, fruta… El resto del tiempo los niños nos instalábamos en el puerto, una construcción de hormigón situada en mitad del río con dos alturas: en la más alta te colocabas con la toalla, en la más baja te sentabas en las hendiduras por donde pasaba la corriente, corrías por sus piscinas o te lanzabas agua abajo hacia la cascada. Aquello era el paraíso.

En aquel puerto fuiste niño y adolescente. El recuerdo más viejo tiene relación con una bicicleta pequeña y oxidada. Montabas en ella, pedaleabas a toda máquina y te lanzabas al aire hasta impactar con el agua. Así una y otra vez. Luego, con 15 años, las cosas cambiaron. Entonces te tumbabas boca abajo sobre el cemento y dejabas ángulo suficiente para quedarte contemplando las corrientes, los zapateros, una trucha pasar a toda prisa y, en alguna ocasión especial, una culebra. En esas andanzas estabas, rodeado de hermanos, primos y amigos, cuando sonaba una voz desde la otra orilla. Alguna madre clamaba: “¡A comerrrr!”. Y cruzabas a dar cuenta de la manduca para volver a continuación a tu cuartel general: la explanada.

En aquellos maravillosos veranos ibas al río a diario de una a siete de la tarde. A veces, después de varias horas en el puerto te ibas de expedición río arriba: al pozo de los señores y el del abedul. En este último, ya adolescente, en los últimos veranos de Riaño, con 16, 17 y 18 años, solías fabricarte a los dos días de llegar al pueblo una pequeña cabaña de salgueras para protegerte del sol, pues siempre te quemabas. Ahí dentro ponías aquel pequeño radiocassette de futuro periodista y escuchabas, una y otra vez, aquella cinta de Alaska y Kaka de Luxe por una cara y Loquillo y los Trogloditas por la otra. El último verano en plenitud fue el de 1986. Aquel en el que pasaste de los 18 a los 19 años. En el que te comías el mundo. Tras el inolvidable verano del 86, el último, pudiste volver aún a Riaño en la Semana Santa de 1987, en marzo, cuatro meses antes de que las excavadoras derribasen el pueblo por completo. En aquel puente hiciste un carrete de fotos del pueblo y, en una escapada por el campo San Miguel, te encaramaste sobre el puerto, ya desconchado, que fotografiaste a dos alturas distintas rebosante de agua. Quizá hayan sido las últimas fotografías que alguien haya tomado del puerto en una atípica, solitaria y premonitoria versión invernal. Luego llegó la barbarie y, con ella, la destrucción de la infancia de miles de riañeses y veraneantes. En el puerto, bajo el agua del embalse, quedó sepultado el niño y el adolescente. Allí donde olía a truchas y a brezo, donde los ruidosos saltos de agua se confundían con un griterío alegre, donde la vida se paraba cada día para no preocuparte absolutamente de nada y disfrutar absolutamente de todo. Eso era el puerto. Y así lo recuerdas mientras dos gruesos lagrimones te estropean este final.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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