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Adrián Ausín

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Aigüestortes, un paraíso en la otra esquina

(Explorando los Pirineos 1)

En Espot se desayuna fuerte. Junto a tu mesa, en Casa Juquim, un paisano da cuenta al mismo tiempo de dos platos. En uno hay tres truchas recién pescadas; en otro, huevos con bacon, que acompaña de pan y vino. Es 1 de julio. Son las ocho de la mañana. Como tú no vienes de pescar (él sí), te contentas con la segunda parte del menú. Una hora después tomas un land-rover taxi que te dejará nueve kilómetros monte arriba, tras avistar unos gamos en un claro, en el lago San Mauricio. Es la puerta de entrada a Aigüestortes, parque natural del pirineo leridano situado entre el valle de Arán, famoso por la estación de esquí Bakeira-Beret-Bonaigua, y el valle del río Noguera-Payarés, más conocido por el pueblo lotero Sort que por este paraíso terrenal. San Mauricio brinda una estampa canadiense: un plato de agua azul rodeado de pinos y montañonas de caliza. Nada más. Y nada menos. Para las dos de la tarde anuncian tormenta. Así que te dispones a aprovechar el tiempo. Te desvías a la izquierda hacia una potente cascada y recuperas el camino original rumbo al lago Ratera, desde donde harás una ruta circular de tres horas. Cuando llegas a Ratera te quedas boquiabierto: agua cristalina, pinares, rododendros salvajes, pequeñas cascadas y paz celestial. No hay fotografía que le haga honores. Ninguna que reproduzca el clímax en toda su expresión. Hay que ir allí. Debes verlo con tus propios ojos. En ese marco, perfectamente puede llegar Robert Redford, bajar de su caballo e inclinarse a beber. En Ratera bien podría rodarse ‘La vida de Jeremías Johnson’ o una película de indios y vaqueros en alta definición.

 

Aigüestortes te recuerda a Yosemite al instante. El paisaje es similar, aunque hay diferencias. En el parque norteamericano la caliza es lisa, mientras en el español está cuarteada. La otra disparidad alude a la talla, que en EE UU casi siempre es XXL, mientras en el Pirineo es XL. De Ratera inicias la ascensión a otros dos lagos, donde abundan aún los neveros. Por el camino, el taxista te anunció la posibilidad de avistar marmotas en los pedreros, pero no se concreta (en Benasque te hincharás a verlas). Cuatro montañeros israelitas te piden que les hagas una foto. Del refugio de Amitges desciendes por Obages, pasas junto al quinto lago del día, también precioso, pero ya sin el factor sorpresa inicial, llegas a un mirador que domina todo el valle de San Mauricio y te detienes a comer sobre una gran piedra en mitad de un riachuelo. El bocadillo de queso, mortadela, salchichón y tomate; todo junto; te sabe a gloria bendita con una vista descendente que firmarían cheyenes, siux, comanches y apaches. Bajando por la senda del río llegas a un pequeño valle donde se ramifica. No te das cuenta aún, pero estás a unos metros de Ratera, solo que lo abandonaste por la derecha monte arriba y has vuelto por su izquierda.

A las maravillas naturales de Aigüestortes se suma, al atardecer, una cena tempranera en Juquim, que aúna bar y restaurante en dos entradas contiguas. La cocina es espectacular. La esposa pide sopas de pastor y revuelto de setas sin huevo. El home, embutido de gamo con ensalada y truchas de lago. El postre quita el hipo. Las primeras 48 horas en los Pirineos condensan tantas emociones que aturden. Desde la entrada al valle de Arán, donde contemplaste a los dos osos enjaulados en Artíes en pleno chapuzón, hasta el rafting del día siguiente desde Llaborsí. El monitor te pone en la pareja de cabeza de la lancha neumática y eso te permite recibir en la cara los borbotones de los rápidos. Luego dará opción de  lanzarse al agua en un par de corrientes sin piedras. Y allá van los dos niños de la lancha y el tercero, el de 46 años, que baja con los pies por delante, en la postura de seguridad, feliz como unas castañuelas.

Antes de la llegada a Benasque, segunda escala pirenaica, aún quedará tiempo de comer en Sort en el Pesets, cruzarte por la calle con el afamado lotero, ir a la Bruxa a echar una Bonoloto (te tocará lo jugado) y ascender hasta las cumbres de Tahull para admirar su famosa iglesia románica. Lérida te da demasiado en muy poco tiempo. Saltas a la provincia de Huesca camino de Benasque con el retrovisor del coche empantallado en los lagos de Aigüestortes, donde creíste ver a Robert Redford a caballo.

 

 

 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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