Estás trabajando cuando suena el móvil a las 22.29. Es tu sobrino más vieyu, quien no tiene el mínimo reparo en ponerte una bomba racimo en las manos y tirar de la anilla: “Vas a ser tíoabuelo”. ¿Queeeeee? Has oído bien. “Vas a ser tíoabuelo”. No puede ser. Tiene que haber un fallo. Con 47 años, ¡tíoabuelo!, tercera generación, encuentros en la tercera fase, bancos en el parque, comida para las palomas,…. ¡Tíoabuelo! Pero yo a quién maté, rumias. Después de llamarle a Beltrán hijoputacabrónmaricón, le felicitas. A él y a Ana. Claro, el sobrín tiene 31 años. Está en su derecho de ser padre. Pero no en el de hacerte tíoabuelo. Eso, a un tío enrollao no se le hace así, a traición, con nocturnidad y alevosía. Acabas de trabajar y vas a tomar unos vinos con Cipri. Cuando le cuentas la bomba lapa que te acaban de poner en los bajos de la autoestima empieza a reír. Y no para. Otro cabronazo. En casa, la muyer también te retira la palabra al anunciarle que va a ser tiabuela política quien hace unos meses era una treinteañera. Un salto demasiado grande como para que no te caiga una reprimenda. “A mí olvídame”, es lo más cariñoso que escuchas.

Solo en el mundo, en este viernes de sol andaluz, bajas al Muro, tu paño de lágrimas. Hay más de 24 grados. Recorres la orilla asimilando la inminente condición de tíogüelo (imaginas horrorizado a un churumbel llamándote güelito en menos que canta un gallo), te das un curso rápido de autoayuda y al llegar a la Escalerona tomas la opción más razonable: tirarte al mar. Te entregas a las olas con fruición, metes y sacas la cabeza numerosas veces a ver si así se lavan las ideas, se clarifica el horizonte y puedes volver a ser solo esposo, hijo, hermano, sobrino, tío, amigo… Todo menos tíoabuelo. Qué golpe más bajo, Beltrán. ¡Cómo pudiste hacerme esto a mí, a este yogurín del Xixonín! Estás contento por el sobrín y la muyer del sobrín. Pero esto no se hace, hombre. Hombre, hombre, hombre… Las olas te alumbran una ocurrencia. Quizá si llamas al Vaticano, este papa tan suelto que tenemos ahora te concede una bula.

El baño, este 17 de octubre andaluz en tierra gijonesa, es reparador. Le pides a un propio de la Escalerona que te inmortalice en este estado de catarsis total. Te apetece preguntarle: “¿Verdad que no tengo cara de tíoabuelo?”. Pero quizá mejor no darle la tabarra. Buscas entre los parroquianos a aquel hombre que te dijo, allá por septiembre, a los pies de las arenas movedizas de San Lorenzo: “¿Cómo vas a tener 47 años si el mi fíu tien 43 y ye mucho más vieyu que tú?”. Lo buscas para que te lo repita una y mil veces. Pero no está. Así que desandas la orilla para venir a casa a comer. La llamada de tu tía Carmen por el camino te viene a consolar una migaja. Le das la noticia y tu nueva condición. Y te replica: “Yo fui tiaabuela mucho más joven”. O sea, cuando nació Beltrán, el mismo autor de este golpe bajo, al que podemos denuciar (descubres) a la Policía Local por reincidente. Calculas. Ella tenía 37. ¡Joder con Beltrán! Está empeañado en envejecernos, nos quiere poner un pie en el asilo. Pero tanto Carmen como yo decidimos resistir. “Suena muy fuerte, pero luego no pasa nada”, reflexiona la tía, siempre positiva. El tíoabuelo en ciernes asiente. Sea. Ahora solo falta que la esposa te vuelva a dirigir la palabra.