Cuando el coche se adentra en el Parque de Redes el termómetro se pone intermitente. Hay cero grados. Son las nueve de la mañana, los prados están blancos y reina un frío helador en el ambiente. Tomas la desviación a Caleao y un poco después, a La Felguerina, un pequeño núcleo rural encaramado un valle perdido en mitad de la nada con un encanto especial. Nada más aparcar, los dos protagonistas de esta ‘misión mastín’ preguntan al primer parroquiano por Héctor y éste indica una casa separada unos metros cuesta abajo. Una vez allí, cuentas hasta cinco perros jugueteando; entre ellos una madre con dos cachorros. Los ladridos provocan enseguida la salida de una mujer de unos 40 años, rubia, espigada, muy delgada. Tu socio da las explicaciones oportunas: “Vengo de parte de Juan, de Pendones. Me dijo que teníais unos mastines para dar”. Ella asiente. Explica que la madre tiene un carácter extraordinario. Se llama Osa y tuvo hace dos meses hasta seis cachorros. Ya se llevaron cuatro. Y quedan un macho y una hembra, él tostado y ella blanca, pendientes de destino. En la casa hay demasiados perros que alimentar, explica Vanesa, un poco aterida de frío, pues no lleva abrigo ninguno. ¿Y el padre? Entonces ella señala un caserío en un alto, al que se accede por una pista. ¿Veis aquellas ovejas? Creemos que es el mastín que las cuida. Hay que ir hasta allí para completar la investigación. Vanesa debe entrar en casa pues cuenta, de repente, que tuvo un hijo hace cinco días. No faltaba más. La entrega del mastín queda pendiente de echarle un vistazo al padre.
Los dos gijoneses vuelven hacia el coche. El perro no es para ellos, sino para un granaíno que vive en una amplia finca con ganado diverso. Allí tiene ya un mastín macho, procedente de Potes, que resultó a las mil maravillas. Ahora quiere una hembra para garantizar la continuidad. Y el amigo de Gijón se ha vuelto a encargar de buscárselo, mientras tu misión es la de mero acompañante. El granaíno quiere una foto del cachorro (siempre preciosos) y otra de los padres para analizar, en la medida de lo posible, cómo será de mayor. El colega le envía ya la de madre e hija. Falta el padre. Antes de coger el coche aparece un tractor. Lo conduce Héctor. Increpado por el nombre, apaga el aparato y se dirige a los gijoneses. Se abre una amena tertulia de una hora sobre perros, caballos (Héctor organiza rutas a caballo por Redes), burros… La pareja resulta ser mallorquina, tienen ¡cinco hijos! y viven del campo desde hace doce años. Nunca comercian con animales, siempre que surge la ocasión los regalan y tienen un modus vivendi muy singular para los tiempos que corren. Tras mil andanzas contadas por unos y por otros, toca ir a conocer al padre de la ‘misión mastín’.
Beethoven, así se llama, está en medio de un prado en un alto soleado desde el que se domina todo el valle. Hay también unas pocas ovejas. Pero él está en posición de reposo, ignorándolas. Los gijoneses le llaman a gritos desde la valla. Tras un par de minutos sin ningún éxito, el perro se incorpora y llega hasta el cierre, momento perfecto para fotografiarlo. Es fuerte, un poco cabezón, con un toque de San Bernardo que delata su papada. Parece un tanque. Justo en el momento de ir a marchar, aparece el dueño. Mariano, de 55 años, llega enfundado en su mono azul, con gafas, gorra de un equipo de baloncesto yanqui y vara. Al momento se organiza una tertulia sobre el perro. Primero muestra dudas de que Beethoven se cruzara con Osa. Según cuenta, tiene sólo un testículo y no suele mostrar interés en las perras. Pero cuando ve en el móvil las fotos del cachorro cambia por completo de parecer. “Sí que va a ser el padre”, dice. El parecido le resulta más que evidente. Entonces invita a sus contertulios a acercarse a su casa, les enseña dos cachorros de mastín que ha comprado recientemente, aparece Arcadio, otro pastor enfundado en su mono azul, con la piel tostada por los años, el pelo blanco prematuro y una buena vara en la mano… Al momento se monta una tertulia ‘sesión vermú’ en la antojana de la casa de Mariano, que vive con su madre y ¡con su abuela!, de 98 años. La madre saca vino y pastas. Luego Arcadio reclama chorizo y pan caseros. Los gijoneses dicen primero que no a todo, educadamente, pero acaban comiendo pan, chorizo y pastas y bebiendo de una botella de Ribera “que hay que acabar”.
En este apacible ambiente rural, Mariano recuerda cómo se le aparecieron seis lobos de repente hace unos meses. No pasó nada, pues se fueron por donde vinieron. El valle, explica, está infestado de lobos. Cuenta con que haya entre veinte y treinta. Señala con el bastón a los riscos del entorno y dice: “Están ahí. Seguro que ahora mismo nos están mirando”. Tal es la población lobuna que se está quedando sin ovejas. Las que le quedan piensa en venderlas y ampliar su cuadra de vacas. Es imposible tenerlas controladas por muy buena que sea la labor del mastín. Con que se separe una un poco ya se la zamparon. Mariano exculpa a Beethoven del desaguisado. Es más, cuenta que cuando anochece se va solo al monte a enfrentarse con los lobos y suele volver escaldado. La última vez casi no lo cuenta y Mariano tuvo que comprar “unas inyecciones caras” para recuperarlo. Enseña las huellas en las patas y la panza del mastín. Y ahí están las marcas rojizas de los lobos. “Es un buen perro”, dice. Pero vaticina que su valentía acabará provocándole la muerte. El tiempo se agota, pues tú trabajas por la tarde. Mariano y Arcadio animan a los gijoneses a ir otro día, temprano, para hacer una excursión por el monte en busca del rastro del lobo, mejor incluso cuando esté todo nevado. La madre de Mariano plancha entretanto en la cocina, donde está encendida la lumbre. Ahí tienen el horno de pan, donde hacen las hogazas de doce en doce, para meter provisiones en el arcón. Tras la afectuosa despedida de estos acogedores paisanos en tierra de lobos, toca ir a comer rápido y aguardar el plácet de Granada para coger el cachorro. Pero, ya te lo avanza tu socio, el granaíno es hombre metido siembre en dudas y seguro que hará tambalearse hasta el último momento la ‘operación mastín’.
En Caleao hay un restaurante en un alto desde el que se domina el pueblo entero. Tierra de Agua es un lugar excesivo para el entorno. De piedra y cristal, con techo visto, lámparas con poleas, cubertería de diseño, un exceso rural con menú del día a doce euros. Pote, hamburguesa de buey y flan con castañas. Impresionante. Parece un platillo volante en mitad de Redes. Los guasaps de Granada no dan el ok. Este tío siempre me hace lo mismo, masculla tu colega. Vamos a cogerlo, animas. Está todo en orden: el cachorro es precioso, la madre tiene buen carácter y el padre es un tanque que se pelea con lobos cada noche. ¿Quién da más? Pues sí, razona el socio e intermediario de la operación. En último término, el granaíno delega la decisión. Y a las 2.35 el comando gijonés sale a la carrera para La Felguerina a recoger el cachorro. Hay que estar en Gijón a las cuatro. Vanesa lo tiene en brazos cuando llegamos. Del suyo pasa al de tu socio y de ahí al maletero del coche, donde preparaste un habitáculo amplio con dos cajas de fruta tumbadas, que cierras con unos alambres. Una chapucilla para salir del paso. Quitas el cierre superior del maletero para que el perro tenga luz. Y arrancas. En ese preciso instante el perro empieza a lloriquear un poco y tú te sientes un delincuente, un secuestrador desalmado que acaba de separar a un cachorro de su hermano, de su madre y de su pandi de perros con los que vivía al aire libre en plena libertad.
Cinco minutos después, por fortuna, cesan los lloros. Uf. Menos mal. Así hasta Gijón habría sido demasiado duro. Tienes la descarga de conciencia de saber que va a una gran finca granaína donde vivirá igual que en La Felguerina, con más sol y buena compañía. De mano, pasará una o dos semanas en Gijón en el piso de tu colega. El único incidente del viaje fue la prevista vomitona por la falta de costumbre del coche. Era una masa pastosa que apenas manchó la manta vieja que le habías preparado dentro de la caja. Luego tú te fuiste a trabajar y el cachorro, en el primer paseo urbano con su dueño provisional, ya movía la cola alegremente como si se conocieran de toda la vida. Qué buen carácter tienen estos mastines. El azar quiso que el nuestro saliese una fría mañana de enero de tierra de lobos para pasar unos días en la ciudad antes de viajar hasta la Alhambra. Mientras meditas su nombre, pues te han dado pie para ello, le deseas todas la felicidad del mundo a este perrín tan guapo.