“Vaya pedo que llevas”. “Pues anda que tú”. Dos tipos tumbados en un sofá del Tik, ambos veinteañeros, mantienen una breve conversación a altas horas de una noche de verano de finales de los ochenta. Uno de ellos es un gijonés, viejo amigo, que duerme la mona tras haber bebido no se acuerda ya cuántas cervezas y algo más. El otro es un cantante onubense que después de actuar con su grupo, Toreros Muertos, se ha dado a la juega a tumba abierta. O sea, Pablo Carbonell. El divertido, ingenioso y talentoso Pablo Carbonell, cantante, actor, director, dibujante y showman. Cuando le cuentas a tu compadre, una semana atrás, lo bien que te lo pasaste en el Niemeyer con Carbonell él te replica con esta suculenta anécdota. Tú no has compartido sofá, ni moña, con él. Sólo has ido a ver un espectáculo benéfico presentado por el Torero Muerto, que acabó por protagonizar de principio a fin con permiso de Miguel Ríos, Víctor Manuel, la OCAS, Imanol Núñez, las Voces Blancas del Nalón, el Coro de la Capilla Polifónica de Oviedo y Olga Román.
Carbonell se encargó de hacer de maestro de ceremonias, de introducir a todos con ingeniosas apostillas que llenaron de carcajadas el teatro. Dijo de Imanol que tenía un pelo “como las extensiones de Espinete”. De Miguel Ríos: “Qué pelo, qué voz, cómo me pone”. De Manuel Paz: “No confundir con Mariano Rajoy”. De las Voces Blancas: “Que no permitían negras”. También aclaró sobre el tema inaugural del concierto (‘La notte’ de Vivaldi) que Vivalvi era el autor y ‘La notte’, el título. Humor absurdo de principio a fin que elevó a los altares cantando ‘Hoy es domingo’, una parodia con pajaritos incluidos donde recrea un domingo familiar en un parque; a la que siguió su delirante ‘Mi agüita amarilla’. Al llegar a casa, buscas en Youtube lo mejor de Carbonell en CQC y te lo pasas bomba viendo tres resúmenes que no tienen el mínimo desperdicio. Eso sí, no encuentras aquella presentación de un libro de Antonio Burgos en la que Carbonell, tras no sé qué incidentes en la rueda de prensa, está sentado a unos pasos de la Giralda contemplando cariacontecido al libro, que yace abierto bocabajo en el Guadalquivir. Mira al libro, mira al autor y, sin poder contener la risa, le pregunta por su magna obra. El interpelado tiene una cara de mal café terrible y temes que la cosa acabe en tragedia. Pero te partes el culo entretanto, con permiso del malhumorado Burgos.
Seguro que Carbonell no se acuerda ya de lo que hizo aquella noche loca en Gijón cuando era un veinteañero antes de llegar al sofá del Tik (tu amigo tampoco). Ni de lo que soltó hace dos semanas sobre el escenario del Niemeyer. En su genio, aparentemente, reina la improvisación. Al siguiente sábado, el plato fuerte es Sara Baras en el Teatro Jovellanos. Pero te toca trabajar. Quien va por ti, esposa y hermana, quedan maravilladas con el duende de guitarras, cánticos y taconeos. En un palco del coliseo, a un patriarca gitano le acompaña una mujer en chandal. Ay, si viera esto Carbonell.
A media noche apareces en la cervecería de al lado y un rato después, tras una refrescante caña, al pasar por delante del Dindurra suena música funky en su interior. Miras de reojo por una ventana y especulas: ‘No serán los Solomones’. Miras mejor. ¡Son! Pa dentro. La noche flamenca se torna al funky, el blues, el sóul de la mano de las versiones de estos dos hermanos leoneses que resultan altamente competitivos con su música, el chorro de voz del cantante, Luis, y sus bailes a lo Michael Jackson. Aquí Carbonell, piensas, no hubiera contado un chiste, al menos para empezar. Quizá directamente habría salido a bailar hasta perder el sentido y quedarse dormido en un sofá.