Si te dicen que alguien se murió de un pepinazo piensas en una bomba. Si te dicen que hay catorce muertos en Alemania, tierra próspera donde las haya, por comer pepinos piensas que algo no va bien. Su carga explosiva es una bacteria llamada ‘e.coli Enterohemorrágica’. Fueron distribuidos desde el mercado de Hamburgo, que a su vez los compró en España; dicen. Y claro esto ha derivado en el pánico. Austria acaba de retirar de los escaparates pepinos, tomates y berenjenas; todos ellos españoles. Presumimos de huerta y resulta que nuestra huerta ha dejado una estela de catorce muertos y mil infectados; dicen.
Todo esto conduce inevitablemente a una pregunta: ¿Qué comemos? Cada vez hay más controles, más códigos de barras, más conservantes y menos sabor sabooor. Si quieres comprar tomates en condiciones no sirven los de un euro, ni muchas veces los de dos; hay que pagar tres euros para que sepan a algo, y tampoco estarás muy seguro de su proceso de producción. Un filete en la sartén empieza a soltar agua y natas, además de menguar sospechosamente. El pescado viene de mares cada vez más contaminados. La leche sabe a agua…. Etc, etc,…
El resultado de todo esto es que en la ciudad todo el mundo anda visitando al médico cada dos por tres y la gente se muere a variopintas edades. En el campo, entretanto, parece que se meten una sobredosis diaria de colesterol. Tiran de embutido casero, de carne, de queso que se matan, pero a nadie le da un pampurrio. El infarto en el campo es noticia. Y quizá todo ello derive de la suma de comer sano (aunque sea insano) y de vivir tranquilos, sin horarios fijos, sin jefes y sin zonas azules para aparcar. El campo es una bendición en estos tiempos. Sin embargo, la gente, erre que erre, se va corriendo a la ciudad, cuya única oferta diferencial son un par de salas de cine y sábados noche de desfase total. Engañosas ventajas para la calidad de vida.
Cuando te pierdes por el valle de Riaño (León) las ensaladas de tomate, lechuga y cebolla saben a tomate, lechuga y cebolla. Los filetes de vaca autóctona saben a filete. El embutido es un manjar. Las patatas fritas verdosas están para chuparse los dedos. Todo es auténtico. Cuando te pierdes en un supermercado en Gijón no sabes muy bien qué te llevas para casa. Por estas fechas, yo suelo empezar la temporada de gazpachos. Aprendí a hacerlos en Granada y me salen de vicio. Ahora, ¿qué hago? ¿me fío de los pepinos? ¿gasto 12 euros en cuatro kilos de tomates? ¿será auténtico el aceite de oliva que nos venden tan barato? Ese pedante tan interesante llamado Fernando Sánchez Dragó ha dicho varias veces en televisión que los alimentos transgénicos (los sometidos a ingeniería genética) acabarán con el planeta Tierra. De ahí que tenga a su fiel Naoko cultivando hortalizas en su casa de Soria. Pero claro, salvo que tengas un invernadero, del huerto sólo puedes comer apenas tres meses al año. Así que la cosa tiene difícil remedio, salvo que nos vayamos a esa añorada cabaña a pastar nuestros días restantes.