Gijón cogió anoche a una de las grandes estrellas del firmamento musical, le dio una patada en el culo y la mandó al hiperespacio más aberrante que se pueda concebir. Enjaular a Elton John en el Palacio de Deportes de La Guía es un pecado de una magnitud tal como que Mozart muriese arruinado; Beethoven, sordo; o Jim Morrison, a los 27 años. ¡Cuántos discos de The Doors nos hemos perdido! Pagar una entrada para ver a Elton John en Las Mestas, a cielo abierto, y verte de repente metido en una sauna donde todos los sonidos reverberan es una estafa mayúscula para el consumidor y una encerrona digna de espantada para el artista. ¿Qué pinta Elton John en un casposo palacio deportivo donde jamás debió celebrarse concierto alguno? Si en La Guía han triunfado Sabina y otras hierbas solo puede achacarse al fanatismo musical, a la rendición incondicional del respetable ante su ídolo sin pararse a analizar lo que está escuchando, pues la música en este infernal garito deportivo se convierte simplemente en ruido.
Traer a Elton John a Gijón es un éxito mayúsculo. Si luego vende solo 5.000 entradas, solo cabe achacarlo al mal gusto (Eric Burdon apenas llenó medio Niemeyer en Avilés hace dos años, unas 500 butacas, en un concierto para enmarcar). Pero si esta masa de seguidores se considera escasa para Las Mestas o si prevén lluvia, o si la abuela fuma; hay que tener un plan B y un plan C para un artista de esta talla internacional. ¿Y cómo estuvo, por cierto? Incomensurable, generoso, entregado y simpático. Puntualidad británica a las nueve de la noche, todavía con luz en el exterior, otra impropia sensación, para repasar una inmaculada trayectoria de 47 años sobre los escenarios. Ahora tiene 68, pero no se le notaron para nada. Sobrevivió Elton John a la sauna de la cancha deportiva gijonesa, pese a sus celestes y gruesos ropajes; acompañó su música de un grupo de lujo así como de bonitas imágenes de fondo; y repartió piropos para el respetable, que le ovacionó en cada canción, dejando patente el
reconocimiento generalizado a su talento y, quizá, un propósito oculto de tapar las vergüenzas propias por la pobre entrada y el pésimo cuadrilátero elegido.
Supertramp titularía esta encerrona ‘El crimen del siglo’. Led Zeppelin le habría puesto a Elton John unas ‘Escaleras al cielo’ para huir de La Guía. Y The Doors seguro que sentenciaría “this is the end”, con esa voz rotunda de Jim Morrison, antes incluso de empezar el concierto. Pero Elton John, al que no volveremos a ver jamás por estos pagos, se ciñó las gafas azules, aporreó su piano como solo él sabe y dejó, seguro que con pleno dolor de corazón, que este tremebundo recinto deportivo donde lo demacraron distorsionara sus notas hasta hacerlas en ocasiones hasta irreconocibles; como en el caso de ‘Candle in the wind’, la canción que dedicó a Lady Di en su funeral. Casi al final nos recordó que sigue en la brecha (con ese crepitante ‘Im still standing’) por si alguno creyó en un momento dado que Elton John suena como sonó anoche en Gijón. En lugar de llevarte música celestial para casa, cuando abandonas el Palacio de Deportes bajo la lluvia simplemente te duelen los oídos. Qué grandísimo pecado con uno de los más grandes.