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Adrián Ausín

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El tipo americano

(Quince días por Utah. Capítulo 0)

Aterrizar en Las Vegas para recorrer Utah debe considerarse solo un accidente. Las Vegas es sórdido, artificial, el reino de las tragaperras, los casinos y los frikis echando monedas a una maquinita desde las siete de la mañana. Pero su aeropuerto es la mejor opción para este viaje de dos semanas por los parques de Utah. Cuando avanzas por la A15 Norte dejando atrás este atentado contra el buen gusto diseñado en mitad del desierto  te empiezas a reconciliar con este inmenso país al disfrutar, para empezar, con sus medios de transporte. Un tren al más puro estilo del Lejano Oeste avanza paralelo a la autopista con una infinita fila de vagones. Parece tener cien años. Unas motos de tres ruedas talmente salidas de ‘Mad Max’ te adelantan veloces. Te pasan también mega-caravanas que llevan adherido atrás un todo-terreno a modo de pequeño utilitario para cuando lleguen a destino. Camiones imponentes con cabinas plateadas. Deportivos descapotados. Un espectáculo netamente americano.

Has vuelto por cuarta vez al país de las oportunidades, un lugar que detestabas cuando no  lo conocías por la prepotencia en su política exterior. Pero luego, una vez explorado, no has podido más que caer rendido a su inmensidad, a su naturaleza deslumbrante talla XXL, a ciudades como Boston o San Francisco (New York, aun siendo impresionante, es demasiado ruidosa) y, por qué no decirlo, a muchos aspectos de sus habitantes los cuales muestran con su entusiasmo vital una forma de entender la vida bastante acertada, además de exhibir en cada detalle una capacidad organizativa sin comparación. En Estados Unidos todo es fácil. El viajero no tiene más que dejarse llevar. Ahora bien, también hay defectos, qué duda cabe. Una insana adicción a la comida basura deforma los cuerpos casi hasta la monstruosidad, la falta de historia afecta a un gusto artístico escasamente educado y el dibujo de la América rural fomenta el aislamiento y el alcoholismo. Cada población es una distante sucesión de casas si más lugar de reunión que el centro comercial o la iglesia. En Estados Unidos no existen las plazas del pueblo y esto, según avanza la edad de cada cual, acaba confinando a la gente en sus casas sin más compañía que la del gato, el tazón de mal café y el televisor.

Sin embargo, hasta que llega ese ‘desenlace’ el americano medio acude a las seis o siete de la mañana a su puesto de trabajo con energía, vitalidad y ganas de hacer bien su cometido. Si es camarero, dará los buenos días al cliente. Si conduce un autobús puede hasta que se pase el trayecto contándote chistes (sic). Si tiene un negocio hotelero se deshará en explicaciones para facilitarte una agradable estancia y que logres tus objetivos. Es el caso de Tom, quien cambió hace 17 años su Boston natal por Escalante, un pueblo perdido en mitad de una inmensidad, en el estado de Utah, donde se compró una pequeña casa y la amplió. Luego levantó otra dividida en seis habitaciones y más tarde una tercera también con destino hotelero ‘bed & breakfast’. Todas de madera, todas ‘made by Tom’. Entre la primavera y el otoño registra un lleno total, pues Escalante es un interesante parque a mitad de camino de otros dos, Bryce Canyon y Capitol Reef.

Tom recibe a la pareja gijonesa con energía. Empieza a hablar y no calla. Da explicaciones precisas de lo que debe hacer hoy y mañana, como si fuera su padre. Hace chuletas, intercala bromas y una vez en la habitación, adornada con una acertada estética india, informa preciso de cómo funcionan el aire y la tele. Nada queda al albur. Al día siguiente, en el desayuno, sigue con su plática, esta vez interrogado por otra pareja hospedada, procedente de Texas (aunque ella nació en Illinois y él en New York). Mientras cocina unas tortillas francesas especiadas y les acompaña unas frutas azucaradas con pan tostado, Tom prosigue con su torrente de voz. Cuando acabe la temporada, en unos días, cuenta que se irá a Boston. Más tarde, allá por febrero, suele adentrarse en México, motorizado hasta las cachas, con un amigo que tiene su mismo ritmo (aclara).

Tom, ya sexagenario, vive con sus dos gatos. Este hombretón de gorra y camisa de cuadros representa muchas cosas del tipo americano medio: la iniciativa, el entusiasmo, el sentido práctico de la vida… Los asturianos, piensas, debemos aprender mucho de Tom. A no quejarnos de la mañana a la noche. A ser más profesionales en nuestros trabajos. A hacer más alegre la vida de cuantos nos rodean. A no ir en busca y captura del subsidio, de la paguina, del chanchullo. El tipo americano, como Tom, tiene muchas cosas que enseñarnos. Nosotros podemos abrirles los ojos en la cocina a los americanos; ellos nos pueden dar muchas pautas para ser más eficaces y vivir tremendamente mejor.

 

pd.-Olvidas la bandera. El americano tiene un gran sentido de la comunidad, de la pertenencia al colectivo, lo cual se visualiza de forma nítida en su amor a la bandera y a la patria. La bandera de Estados Unidos ondea en todos los pueblos; en uno en concreto por el que pasas se repite cada diez metros junto a la carretera a lo largo de un par de kilómetros. Nunca has visto nada igual. Parece obvio que el americano ‘exagera’ un poco este sentimiento, pero entre lo suyo y lo nuestro, esa alergia tan estúpida que gastamos, hay un latifundio. Quizá lo nuestro, comparado con lo suyo, traiga más perjuicios que beneficios.

 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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