Zion abre las puertas de Utah | Campo y playu - Blogs elcomercio.es >

Blogs

Adrián Ausín

Campo y playu

Zion abre las puertas de Utah

(Quince días en Utah, 1)

El desierto de Nevada ofrece escaso atractivo al volante. Todo lo más, ir alejándote de Las Vegas y aproximándote a Utah, además de entretenerte con la variada fauna de ingenios de motor que habita la carretera. De un paisaje árido sin atractivos, desierto puro y duro, pasas poco a poco a un horizonte montañoso que va tomando cierta gracia. En apenas dos horas te desvías hacia Zion National Park por una población llamada Hurricane y cuando al doblar una curva llegas a Springdale eres, de repente, un hombre feliz. Springdale es el pueblo de entrada al parque, resulta coqueto en su alargada sucesión de casas en un valle salpicado de pinos y escoltado por unas imponentes cumbres de color naranja pardo. Podrías estar en el Jurásico. De hecho, en Utah hay al menos dos museos dedicados a los dinosaurios. La carretera, en Zion, está pintada de marrón para alterar lo mínimo la naturaleza reinante. Te vienen a la mente también los Picapiedra. En mitad del pueblo localizas el hotel, un acierto nada más verlo. Como no queda demasiada luz, dejas la excursión ambiciosa para el día siguiente y antes de pasar la barrera del parque, un crujido del estómago anima a pegar un frenazo, desviar el coche al supermercado y proveerse de unos bocatas. Pero resulta que, además de comida envasada, esta tienda tiene áreas de productos cocinados. Hay una ensalada griega con muy buena pinta y compras también queso y roastbeef. Al salir, unas mesas dispersas alrededor del negocio invitan a hacer una comida rápida mirando las majestuosas rocas que te rodean. Y con el depósito lleno, franqueas el acceso tras abonar 30 dólares con tarjeta de crédito. Un aparcamiento obliga al visitante a dejar el coche y tomar un autobús que hace varias paradas por Zion, desde cada una de las cuales parten varias excursiones.

El primer día la apuesta es sencilla. Hora y pico hasta una cascada que permite regresar por un camino diferente, asomarte al valle central y caminar unos kilómetros paralelo al río, donde se aparecerán en varias ocasiones los ciervos autóctonos, con las orejas más grandes que los nuestros y una peligrosa confianza en los humanos. Se apartan tan poco que no les arriendas la ganancia. O sea que se los puede cargar cualquiera. Hay también mucha ardilla, en este caso una versión más reducida que la nuestra. Parece que corren ‘a pilas’, en tramos cortos. Las sensaciones son placenteras en este inicio de noviembre que propicia un parque a menos de media entrada. En estas fechas amanece a las seis de la mañana y oscurece a las cinco y media de la tarde. El plan es adaptarse a la luz, con desayuno fuerte, bocata en el monte y cena a lo que sería nuestra merienda. Y después, a la cueva. La primera cena en un mexicano es todo un éxito. Dos platos combinados cojonudos, dos ensaladas y una cerveza tostada. En el tuyo hay de todo: una patata cocida con una salsa, alubias negras y tres filetes de cerdo y no sé qué más. El chiringo se llama Oscar’s y está repleto.

La segunda jornada, de nuevo Zion. El primer plato es Angels Landing, quizá la excursión más famosa. Subes, subes, subes y cuando te encaramas sobre el valle las vistas son espectaculares. Pero falta el tramo final. Y no lo haces. Una placa anuncia varias muertes en el mismo, una cresta con caída hacia ambos lados equipada con unas cadenas a las que agarrarte. Con la heroicidad del Torrecerredo para un montañero con vértigo ya estuvo bien. Un yanqui explica que mejor no mirar abajo. Además, las vistas no cambian mucho de un sitio a otro. Entonces derivas la marcha hacia otra ruta por un largo valle muy bonito donde la roca naranja se vuelve blanca y los pinos salpican toda la caliza dándole un alegre contrapunto. El bocata, a cielo azul, sabe a gloria. Al amanecer quizá haya cero grados. Al mediodía quizá andes por 12 ó 14. Bien. Tras esta larga excursión, coges de nuevo el bus para llegar hasta el final del parque y asomar las narices en el arranque de ‘The narrows’. Ahí donde empieza un estrechamiento debe prolongarse la ruta por el lecho del río, pisando agua (muchas veces sin ver el fondo) y quizá para el inicio del viaje no sea prudente un esguince o un congelamiento de pies. La primera caminata pasó de las cuatro horas, así que ya te has ganado la segunda cena: un tailandés riquísimo: dos sopas y un pad tay. Pero antes de llegar a la comanda, irás media hora en un autobús de vuelta con los yanquis partiéndose el culo. Resulta que el conductor parece estar preparándose para ‘El club de la comedia’ y no para de contar chistes y decir paridas. La primera: ‘Preparen sus cámaras. Vamos a ver algo sorprendente a la izquierda’. Y unos metros más adelante, añade: ‘Un camión de la basura’. Así todo el rato. La esposa te traduce los chistes, que tienen casi siempre un juego de palabras con la pronunciación que hace inviable mantener la gracia en versión española. Ella ríe mucho con uno de hormigas. 

Zion se quedará ‘pequeño’ frente a futuras escalas. No ofrece vistas sobresalientes, pero sí notables. Es además un lugar absolutamente acogedor, perfecto para iniciar tu aventura por Utah. La carretera de salida hacia Bryce Canyon es un espectáculo absoluto: primero, por las masas rocosas caprichosas que la rodean. Luego, por el tramo de pradería abierta a la americana donde se aparece de repente una manada de bisontes. Están en una zona vallada junto a la carretera, ante un hotel-restaurante, que ofrece desde sus habitaciones vistas a esta pintoresca manada. Apetece subirse a un caballo y galopar alrededor de estos míticos bichos. Pero te contentas con mirar y respirar. Paz celestial. Cielo azul. Bisontes. Un carrumbio del Oeste… Son apenas las ocho de la mañana. Y te aguarda el parque más espectacular de toda Utah: Bryce Canyon. Así que vuelves al coche y tiras millas. El paisaje vuelve a cambiar. Regresan las cordilleras rocosas. Según tus cálculos vas a avanzar hacia adelante y girar dos veces a la derecha. O sea, que Bryce Canyon está al otro lado de la masa montañosa que vas dejando a tu derecha. Sin embargo, empieza a fraguarse un problema. El cielo azul de noviembre, a dos o tres mil metros de altitud, tiene sus peligros: enseguida se puede torcer la cosa. Está despejado sobre ti. Pero a la derecha hay unas nubes muy negras que podrían incluso estar descargando nieve sobre el cotizado Bryce Canyon. ¿Podremos verlo? La felicidad plena del arranque del día se adentra en un terreno incierto.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


noviembre 2015
MTWTFSS
      1
2345678
9101112131415
16171819202122
23242526272829
30