(Quince días por Utah, 3)
Cuando llegas a Escalante la nieve amaga. Caen trapinos. No sabes si la cosa irá a más o a menos. Paras en el Centro de Visitantes para coger mapas y preguntar. Pero igual que en Bryce Canyon la experiencia será singular. Otro Coronel Tapioca de riguoroso caqui parece invitar al viajero a marcharse. ¿El tiempo? Quién lo sabe. ¿Las rutas? La gente se pierde. ¿Cuántos? El 30%. ¿La pista de tierra para llegar hasta Peek A Boo? Si llueve, como es el caso, hay socavones y puedes quedar atrapado en uno. ¿Hay emergencias? El helicóptero cuesta 600 euros la hora. La conversación discurre en estos términos. Pero tienes la experiencia previa de Bryce. Así que decides más o menos no hacer ni caso, aunque claro con la mosca detrás de la oreja. La segunda parada es más alentadora. El bed & breakfast, Escalante Grand Staircase, está de cine y el anfitrión, Tom, resulta un sexagenario encantador. Empieza a sacar fotos de cada ruta y a sugerir las tres de hoy y las dos de mañana con contundencia, haciendo croquis para que no te pierdas en Peek A Boo, gesticulando mucho, abriendo y cerrando los brazos. ¿Y el tiempo? Esto no es nada. Con las energías de Tom en la mochila partes para una primera excursión sencilla: Calf Creek Lower Fall. Al inicio, la nevada se anima. Pero tiras igual. Y eso te ofrece una maravillosa vista en la que se combinan el paisaje y la nieve suspendida en el aire. Contra la adversidad, subidón. La ruta termina en una cascada bastante chula. Para entonces casi hasta ha salido un poco el sol. Comes un bocata y, de vuelta, te adentras unas millas adelante en la Burr Trail, una bonita carretera que acabará contectando con otro parque, el siguiente de tu ruta (Capitol Reef), así que acabas por dar la vuelta.
En Escalante, de noche, hay poca vida. Pero como ya cerraron varios restaurantes los viajeros se concentran en Circle Motel & Eatery, donde tomarás una buena hamburguesa y una cerveza tostada. En el desayuno del día siguiente, Tom da las últimas instrucciones para no perderse en Peek A Boo y Spooky. Partiendo de un recorrido inicial común, Peek A Boo es un ‘narrow’, una grieta en la montaña por la que avanzas con dificultad, que queda a la izquierda y Spooky, otro tanto pero a la derecha. Las guías plantean hacer una, regresar y hacer la otra. Así lo tienes en un navegador para el monte descargado en el móvil (Wikiloc). Sin embargo, Tom se deshace en explicaciones para que lo conviertas en circular. Cuando llegues al final de una grieta, en vez de retornar, sales y empalmas con la otra. No parece difícil, pero como no sabes adónde vas, sí es cierto que te puedes perder. Entonces llega la practicidad americana. Te enseña una foto donde ves dos leves montañas y te dice: pasas por aquí y empalmas con la otra. De acuerdo. La cosa acumula cierta tensión porque los amigos astures que han hecho el viaje antes también te han advertido del peligro de perderte, sumado al centro de visitantes y al casero. ¿Qué coño pasará en Peek A Boo piensas? El camino de ida es una pista de tierra a la americana: no pintaron carriles, pero cabrían seis. Por ella avanzas durante 26 millas nada menos. El paisaje es muy atractivo, amplio, con una cordillera escoltándote a tu derecha. Al llegar a la zona indicada para aparcar, Tom te ha recomendado que sigas y te aproximes más a la ruta, así que continúas, pero durante otra milla los socavones son considerables y haces equilibrios complicados para ir sorteándolos con la consiguiente regañina esposil. Teníamos que haber aparcado antes. Sí, pero ahora ya metidos en harina, para alante. Donde dejas el coche, asomado a una depresión del terreno, te das cuenta que lo de perderse es ciencia ficción. Si no encuentras destino basta subir con la referencia de la cordillera del fondo. Imposible perderse y llamar a helicópteros por tanto. Estos yanquis son muy exagerados.
La ruta es un poco confusa al inicio pues claro no sabes adónde vas, pero vas yendo de un monolito a otro y mirando en ocasiones la senda en el Wikiloc y así llegas a Spooky. La garganta resulta un poco claustrofóbica. Avanzas un rato hasta llegar a un punto donde un buen charco y un desnivel sin asideros dificultan el avance. Vuelves para atrás y sorteas el narrow entero por encima. Lo mismo harás en Peek A Boo. Un tramo por abajo y otro por arriba. La ruta circular resulta al final sencilla, simpática, pero nada próximo al drama descrito por todos los interlocutores. De vuelta paras un poco en Devils Garden (parecido a la Ciudad Encantada de Cuenca) y retornas. Ha salido un sol muy de agradecer. La nieve ya es historia. Y al llegar a la habitación quedas un rato fuera leyendo. Entonces aparece Tom desde su casa vecina y te pregunta: ¿Qué tal? Tú respondes en tu básico inglés: “It was easy”. Y él replica: “Yes. People are stupid”. O sea que tanto explicar sin necesidad. Bueno, así la cosa tuvo más emoción. Sobrevivir a Escalante será celebrado esa noche con un sabrosísimo steak, algo parecido a nuestro solomillo, acompañado de puré de patatas, unas judías y ensalada. En el último desayuno con Tom y con una pareja de yanquis metidos en años el casero se queja terriblemente de los impuestos, del precio de la luz, del agua… Hasta el punto que dice que no le traería cuenta tener abierto en invierno por el coste de mantener las habitaciones confortables mientras afuera hay algo así como -20 grados. Te encuentras ciervos en la puerta de casa, ilustra. Qué idílico. Sin embargo, entonces él se vuelve a su Boston natal y se va luego con un colega, de motero, para Nuevo México a vivir la vida loca. Escalante ha estado bien. Ahora toca Capitol Reef. Puede haber cero grados en la calle a las 7.30 de la mañana, la hora del desayuno. Pero el cielo ya está azul. Así seguirá todo el viaje, salvo un chaparrón en Monument Valley. Apetece dar un abrazo a Tom. Es un tipo de esos que te entran por el ojo a la primera, servicial, práctico y divertido. Pero Utah aún no ha mostrado todos sus encantos. Que son muchos.