(Quince días por Utah, 9)
Cuando avanzas por la carretera rumbo a The Wave piensas: si es como dicen será un broche de oro al viaje, pero si te ponen un multón o te pierdes el remate será muy diferente. Estamos en noviembre y, en lógica española, piensas que la vigilancia por fuerza ha de estar relajada. Y lo de perderse: después de las tremendas amenazas de Escalante y la facilidad real de las rutas, esto no puede ser mucho peor. Ahora bien, hay una diferencia. Hasta ahora todo ha estado señalizado, mientras The Wave carece de indicación alguna para preservar en lo posible la virginidad del lugar. Tanto misterio añade interés al asunto. A unos 40 minutos de Page, en dirección hacia Kanab, nada más pasar un puente tienes indicada la desviación a la izquierda a una pista de tierra. Es por ahí. Tras recorrer varias millas y toparte con un ciervo, llegas a un área de aparcamiento. Hay once coches. O sea, los diez permisos con antelación y los otros diez que sortean la víspera en Kanab (unos en pareja y otros solos, supones). En unos grandes carteles se lee la palabra ‘Restringido’ para la ruta hacia The Wave. Pero no están reguladas otras rutas, de modo que (piensas) solo cabría multarte por ir a La Ola si te pillan justo en el destino final; antes puedes estar yendo a cualquier otra parte.
Accionas Wikiloc y te dejas guiar. Empiezas por el lecho de un río seco. Luego giras a la derecha, subes un montículo, sigues un camino entre hierbas altas y das con el lecho seco de otro río. Toca atravesarlo y atacar una montaña de roca, que coronas en unos diez minutos. Ya estás enfocado. Desde ahí se abre un valle más o menos amplio que da a otro valle más adelante. Sin embargo, la ruta será ‘al fondo a la derecha’. El móvil te va mandando zigzaguear el valle hasta que, llegado a su final, va orientándote a la derecha para meterte en otro valle lateral. Como no conoces tu destino obedeces fielmente las alarmas del cacharro, que pita cada vez que te sales un poco de la senda marcada. Al inicio de este valle has visto a una pareja caminando por delante de ti, pero han tomado otro camino. Cuando entras en el valle de The Wave a tu derecha hay una gran montaña de roca a la que tal parece que le hubiesen pasado un rastrillo por toda ella.¿Sería Neptuno? ¿Será esto The Wave? No. Es el aperitivo. The Wave está enfrente, oculto entre montículos, a una media altura de un cuarto de hora de subida. Si no llevas una guía, imposible de adivinar.
Cuando llegas, flipas en colores. En el encuentro de tres caídas de rocas ‘rastrilladas’ por el capricho de la naturaleza hay un pequeño charco que hace de contrapunto a estos preciosos relieves, modulados por tonalidades. Es un lugar mágico. Y, por supuesto, hay gente. Cuatro parejas de excursionistas. Unos toman fotos, otros comen el bocata encaramados sobre este rincón. Mientras asimilas la vista, llegan dos vieyas yanquis con espíritu montañero. Van armadas hasta las cachas de equipamiento montuno. El día empezó como todos, a cero grados, pero luce el sol al mediodía y puede haber un pico de 14 grados más o menos. De modo que servidor está con su pantalón corto, camiseta y camisa de manga corta; y la esposa acaba de quitarse el polar. Esto confunde a una de las señoras, que pregunta en inglés: ¿De dónde sois? De España. ¿Y qué tiempo hace en España? Pues depende, variado. Entonces mira las piernas expuestas del gijonés asturcelta, las señala a apenas un metro de diferencia y le espeta a la amiga: “He has fur in his legs”. O sea, pelo en versión animal, casi manta. Tú miras tus piernas. No te parece para tanto. Te tienta soltar una burrada a la vieya. Pero mejor dejarlo así. Con risas.
En The Wave descubres el porqué de las restricciones. Si pisas el suelo con contundencia con una bota de monte puedes romper las estrías que forman esta maravilla. De hecho, aprecias un par de bocados recientes. Tú llevas playeros y avanzas, por si acaso, como si fueras pisando huevos. Te recreas en esta rebuscada originalidad, en este paisaje inédito. Buscas ángulos diferentes. Has tardado poco más de dos horas en llegar. El camino ha sido cada vez más bonito y la llegada, absolutamente espectacular. No hay guardas. Has visto solo un helicóptero y una avioneta. ¿Nos habrán tomado la matrícula? El disfrute es máximo. Pero bueno, mejor no jugársela demasiado. Así que media hora después de coronar este mágico rincón decides regresar. Conocido el camino de ida, la vuelta no ofrece dudas. Ya no hace falta el móvil. Es más, prescindes del zigzagueo del valle intermedio y optas por la montaña que lo preside a media ladera, mucho más recto. Ahí te detienes a comer con unas amplísimas vistas, como todo lo yanqui. Además, no hay ni blas. El aire no puede ser más limpio. Estás en la gloria. La Ola te ha dado un subidón total de adrenalina. Al día siguiente tienes cuatro horas de coche de Page a Las Vegas y una cita final antes de volar a España: el Circo del Sol y su espectáculo-homenaje a Michael Jackson: ‘One’. Tela marinera.