Lo primero que llama poderosamente la atención es la voz de Felicidad Blanc. Tiene un timbre cristalino, enigmático, con un toque aristocrático. Parece una voz que vuelve de un lugar lejano para retratar, sin rubor alguno, una estampa familiar de difícil encaje. La mujer que nos habla de los Panero irradia belleza. Es una porcelana delicada que, sin embargo, se adentra en los secretos de familia sin alterar un ápice el tono. Es así como habla de su marido, Leopoldo Panero (Astorga 1909, Castrillo de las Piedras 1962), quien fuera considerado el poeta del régimen franquista. Es así también como habla de sus hijos: del poeta Juan Luis (1942-2013), del poeta Leopoldo María (1948-2014) y del escritor, noctámbulo y empresario hostelero José Moisés Santiago ‘Michi’ (1951-2004). Felicidad Blanc se dirige a la cámara en 1974, doce años después de la muerte repentina de su marido, quien, sin estar ya presente, parece seguir gobernando las vidas descarriadas de todos los miembros de esta singular familia. Cuenta Felicidad cómo se conocieron, cómo se enamoraron, llega incluso a recitar algunos versos dedicados en su momento por el guardián de su vida y retrata cómo desempeñó un papel de secundaria sometida siempre a los ritmos vitales del afamado poeta desde la mismísima luna de miel, que pasaron acompañados de unos y otros amigos de Leopoldo Panero sin llegar a estar casi una sola
tarde solos. Cuando murió el poeta en 1962, la familia quedó echa trizas. El poderío económico se derrumbó (debieron empezar a vender patrimonio: cuadros, libros…) y los hijos de 20, 14 y 11 años quedaron a merced de una madre que nunca había pintado nada, si bien había desempeñado a la perfección el papel de abnegada asistente de aquel hombre al que amó por encima de todas las cosas. Le tocó dar un paso al frente a Felicidad Blanc en un hogar donde habitaban un poeta excéntrico, un poeta loco y un delicado hijo menor; todos ellos crecidos en ambientes cultos, todos inteligentes, viajados y con la mente absolutamente trasgresora y desfasada.
En ‘El desencanto’, Jaime Chávarri describe a la familia Panero sin mostrar a Leopoldo Panero una sola vez. Cuando se rueda este fascinante documental, en 1974, hace doce años que el poeta ha muerto. Sin embargo, intencionadamente, el director elude cualquier imagen, cualquier retrato e incluso deja sin mostrar, en la escena final, el rostro de la escultura que dedicó Astorga a su hijo pródigo. Aunque si hubiese girado un poco más el foco, tampoco se vería, pues el Panero esculpido en piedra está amordazado. Al igual que hiciera Polanski en ‘La semilla del diablo’, el protagonista de esta truculenta historia familiar queda fuera de la cámara. El director de fotografía de Polanski le preguntó: ¿Vas a rodar una película titulada ‘Rosemary’s baby’ (su título original) sin mostrar una sola vez al hijo de Rosemary? A lo cual el director contestó: “Exact”. Esto ocurrió en 1968. Seis años después, Chárravi haría exactamente lo mismo.
¿Qué ocurrió en el seno de la familia Panero para que Leopoldo y Felicidad alumbrasen tres hijos tan singularmente brillantes y extravagantes? ¿Fue la mezcla de dos ADNs? ¿O solo la semilla del poeta? La respuesta queda perdida en el aire, pues hoy están todos muertos. Primero se fue la madre en 1990, luego el hijo pequeño en 2004, Juan Luis en 2013 y Leopoldo María en 2014. A los Panero hoy día solo se les puede estudiar en las bibliotecas y las hemerotecas. De ahí que el documental de Jaime Chávarri sea una auténtica pieza de museo, una joya por su valor documental y por el comportamiento de estos atormentados personajes. Su comportamiento es tan natural que el director dejó quieta la cámara y rodó. En ese marco, la vivienda familiar de Astorga y el Liceo Italiano donde estudiaron, se suceden las confesiones, las reflexiones y los
reproches. Primero se entrevistan mutuamente Felicidad y Michi, madre e hijo. Se aprecia una gran complicidad entre ambos. Luego se intercala una conversación delirante entre Juan Luis y Michi. Más tarde, es el hermano mayor quien sale solo en un primer plano hablando de sus fetiches. ¡Fascinante! Y avanzada la proyección irrumpe Leopoldo María, quien no había querido tomar parte en un principio en las filmaciones. Es la cuadratura del círculo del delirio. Habla de la cárcel, que llega a comparar con un útero, reprocha a su madre haberlo internado en psiquiátricos, divaga sobre su padre… Todo ello con una expresión trastornada, con una voz modulada por el alcohol. Los dos hijos mayores se repelen. Solo salen juntos en una imagen documental durante el homenaje brindado a su padre en Astorga. En cambio, ambos parecen guardar una relación próxima con
Michi.
Cuando concluye ‘El desencanto’ buceas en internet. Descubres que tanto Juan Luis como Michi se casaron; el segundo con Paula Molina. Y certificas que Leopoldo María pasó casi toda la vida en psiquiátricos, desde donde escribió casi toda su obra poética. Durante su larga estancia en Mondragón, recibió un día la visita de un gijonés, gran amigo tuyo, que debía realizar un trabajo para el Máster de Periodismo de El Correo. No se le ocurrió otra cosa que visitar al poeta maldito, llevárselo a un bar e invitarlo a tomar alcohol, algo totalmente contraindicado para el tratamiento que seguía. Leopoldo María acabó vomitando en el baño. Pero antes deslumbró a tu amigo con sus reflexiones y luego tu amigo te deslumbró a ti con su trabajo sobre la locura encarnada en este atormentado y fascinante personaje. Acaba el documental con el epitafio que reza en la tumba del causante de todo en Astorga: “Ha muerto acribillado por los besos de sus hijos, / absuelto por los ojos más dulcemente azules / y con el corazón más tranquilo que otros días, / el poeta Leopoldo Panero, / que nació en la ciudad de Astorga / y maduró su vida bajo el silencio de una encina. / Que amó mucho, / bebió mucho y ahora, / vendados sus ojos, / espera la resurrección de la carne / aquí, bajo esta piedra”.