Hubo un tiempo en el que comprabas los discos por la portada. Sin haberlos escuchado siquiera. Bastaba saber que Bowie, Rainbow o Silvio habían sacado algo para irte a Discoteca, Memphis, Paradiso o Discoplay (por correo) y comprarlo a ciegas. Costaban 600 pesetas. Mirabas aquellas portadas, admirabas sus fotos, leías sus letras y, también, cómo no, acababas por extraer su vinilo y ponerlo en aquella mastodóntica torre musical que se gastaba por entonces. Cuando contabas once años, ‘Space Oddity’ fue tu primer elepé. Exactamente, en 1978. Esta forma de comprar tenía, evidentemente, sus riesgos. Si fallabas, se abrían dos vías ‘comerciales’ para dar salida al error: una, tu big broder, a quien intentabas colárselo en caso de que él lo considerase un acierto. Otra, una habilidad manual desarrollada con los precintos de una tienda ya cerrada para quitarlos de un disco recién comprado, ponérselos al pufo e ir a cambiarlo con cara de póquer.
Con esta política musical, entre los diez y los veinte años acumulaste ciento y pico elepés; mientras tu big broder doblaba tu cifra y hoy se sigue alejando. Cada uno tenía sus estrellas particulares en aquellos años setenta y ochenta. Él, Pink Floyd. Tú, David Bowie. A su colección completa de Pink Floyd, tú replicabas con Bowie, de quien llegaste a comprar hasta 17 elepés. Tras el primero, Space Oddity, vinieron todos los demás: The Man Who Sold The World, Hunky Dory, Ziggy Stardust (el buque insignia), Aladdin Sane, Pin Ups, Diamond Dogs, Young Americans, Station to Station, Low, Heroes, Lodger, Scary Monsters, Tonight, Lets Dance y Never Let Me Down. Al final, compraste el primero de todos, aquel cabaretero ‘David Bowie: el rey del gay power’. Y diste por cerrada la colección. Bowie siguió publicando en los noventa, pero aquellos experimentos un tanto extraños ya no llamaron tu atención.
La radio, al inicio de la mañana, da la noticia de su muerte. No te inmutas. Quizá sea que ya te estás acostumbrando a la muerte. Quien fuera tu ídolo de infancia y primera juventud se ha ido al otro barrio pasando a formar parte de la leyenda junto a Jim Morrison, Janis Joplin, Jimi Hendrix y tantos otros. Pero tú empiezas a tener tan claro que al final no va a quedar ninguno, ni tocando ni escribiendo, que lo tomas con la propia naturalidad de esta vida acelerada para la que nadie ha sido capaz de inventar aún el freno de mano. Bowie, tu Bowie, la ha espichado. Y tú sigues conduciendo impasible, y griposo, camino de un ‘recado’ coñazo inaplazable. Desde que dejaste de comprar sus discos hasta hoy se había abierto una cortés distancia entre ambos, pues la música de Bowie, justo es reconocerlo, no ha envejecido bien. Hoy suena un poco a lata. Mientras The Doors sigue siendo The Doors, Rainbow continúa cañero y Silvio mantiene su voz aflautada como seña de identidad, la obra de Bowie, aun teniendo grandísimos discos y grandísimas canciones, no le hace los honores debidos con el paso del tiempo. ¿El motivo? Resulta sencillo: tan innovadora fue su música (pop, glam, funky, electrónica, disco), abrió tantos caminos que resulta complejo definirlo, enmarcarlo, clasificarlo de forma coherente. Bowie es Bowie. Y punto.
Nacido en Brixton (Londres) un 8 de enero de 1947, David Robert Jones moría esta mañana dos días después de cumplir 69 años. ¡Joven! Pero claro. Se supone que la tralla pasa factura y el Camaleón, el Duque, el Rey del Glam llevó según se cuenta una vida totalmente desfasada (y creativa) hasta atoparse con una tal Iman, con la que se casó, tuvo una hija y sentó la cabeza. De forma paralela, tras otra etapa desfasada en tono menor, quien suscribe también se casó y sentó la cabeza. Así, imaginarte a Bowie en casa, en zapatillas, leyendo el periódico, buceando en internet o cocinando, como lo retrataba Iman en una entrevista reciente, acabó por no resultarte extraño. Todo tiene sus etapas. Incluso para Bowie, quien cortejó con la muerte en aquella misteriosa película (El ansia) y, de forma premonitoria, en el videoclip de su disco póstumo, proyectado en los telediarios ayer mismo, donde parece ironizar con su propio destino. El de todos.
A Bowie le metió el gusanillo de la música su hermanastro Terry, siete años mayor que él. Con 15, un compañero de infancia, George Underwood, le dio tal paliza que casi pierde un ojo. El camaleón se repuso de la refriega, pero le quedó para siempre una secuela acorde con su carrera inimitable: un ojo azul y otro gris por efecto de la dilatación permanente de una pupila. Convertido ya en estrella, declaró: “No me importa que me copien. Yo siempre estoy cambiando”. Y así ha sido siempre: innovando, creando, componiendo y trasgrediendo con ropajes y maquillajes que fueron bandera de una época. Siempre talentoso, siempre elegante, siempre ingenioso. Empezó tocando el saxo en la etapa escolar, publicó su primer single en 1964 con los King Bees y nos deja para el recuerdo el disco salido a la luz casi horas antes de su muerte. O sea, creación desde los 17 hasta los 69. Para las nuevas generaciones Bowie es una incógnita. Sin embargo, cuando se encuentren por casa entre la colección de elepés del padre, o del abuelo, al Camaleón quizá se lleven una grata sorpresa si le dan una oportunidad. No estaría mal empezar por ‘Ziggy Stardust’ con ese rotundo tema llamado ‘Five years’ para transportarte al hiperespacio. Y, a ser posible, atendiendo al consejo que reza en una esquina del reverso del disco: ‘Para ser reproducido al volumen máximo’.
pd.1-Mientras escribes un joven amable te instala el coñazo de la fibra óptica. Cuando le pones ‘Ziggy Stardust’ dice: “Mi padre tiene algún disco de Bowie”. Es todo lo que sabe. Pues eso.
pd.2-No has hablado del concierto de Bowie en Gijón de 1990. Sencillamente, no te gustó. Tocó justito hora y media en Las Mestas, donde la música no suena muy allá, sin grandes alardes y se piró. Le perdonaste: ¿Qué le importa Gijón a Bowie?, fue tu razonamiento. Quizá entonces estuviera ya Imanizado, pues casose con la somalí en 1992. Estaba a punto de calzar las zapatillas de cuadros. Se las tenía bien ganadas.
pd.3-Después de Tonight (agradable), Ziggy Stardust (mítico) y Diamond Dogs (cañero total), sigues con Aladdin Sane (talentoso). Cuando escuchas ‘Time’ te dices: ¿Cómo puedes haber escrito que envejeció mal su música? ¡Casun Soria!…
pd.4-Avanza la tarde con Heroes, Young Americans, Aladdin Sane, Hunky Dory… Haces un parón de elepés y entras en Youtube para escuchar entero el disco póstumo. Los vídeos de Blackstar y Lazarus no tienen desperdicio. Hay un cóctel de talento, misa negra y levitación con la muerte bañándolo todo. Son dos temas que crean un clímax adictivo. Bowie se despidió cantándole a la muerte. Mirándola de frente. Abriendo los brazos a su nueva etapa cósmica. La de la desintegración.