Acudes, cabizbajo, a una recóndito conjunto monacal en los Picos de Europa, donde acaba de instalarse un religioso de edad avanzada procedente de Inglaterra. Te lo recomiendan, dada la singularidad del caso, por su buen conocimiento de la historia de la música rock inglesa que puede darle la perspectiva adecuada para administrarte penitencia:
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-Padre, he pecado.
-Dime hijo; te escucho.
-He pronunciado el nombre de David Robert Jones en vano. Diría que incluso he blasfemado contra Él.
-¿Cómo? ¿De quién me hablas, hijo?
-De Bowie, padre. De David Bowie.
-Pero bueno, ¿cómo has osado? ¿acaso se te fue la pinza? ¿es que no tienes memoria histórica? (grita)
Unas rezadoras, arrodilladas como tú, miran entonces para atrás desde los bancos más cercanos al altar. ¿Qué habrá dicho ese infiel para desatar la ira de ese religioso británico tan educado? Miras de reojo hacia ellas; miras cabizbajo a la malla del confesionario. Y te explicas: Verá padre, el día que murió Bowie escribí un texto donde recogí toda mi fascinación por él, la compra de todos sus elepés desde los once años, su talento creativo, su permanente innovación… Sin embargo, añadí que su música no había envejecido bien y desde entonces esa frase me persigue.
-Lo que me dices es muy grave hijo mío. No sé si podré absolverte. Una vez trasmutado a su Odisea Espacial, el Rey del Gay Power por fuerza ha de haberse sentido herido en su orgullo al leer tamaña inverecundia y yo, humilde mediador entre los fans y el Gran Hacedor de Música de Brixton, poco podré hacer. ¿Acaso no rectificaste tu escrito?
-Padre, añadí una posdata refiriendo que, tras escuchar ‘Time’ en casa, ¡casun Soria!, cómo podía haber escrito eso.
-¿Por qué no lo borraste?
-No me pareció ético. En realidad, cuando lo escribí lo pensaba. Fue luego cuando, escuchando en casa un disco tras otro -Ziggy Stardust, Aladdin Sane, Diamond Dogs (me encanta Diamond Dogs, ese sí que sigue sonando igual de cañero que siempre), Hunky Dory, Lets Dance…- caí en la cuenta de que era tremendamente injusta mi afirmación. Casi todo el rock, ciertamente, pierde al envejecer. Sin embargo, me di cuenta de que Bowie seguía siendo Bowie, un diamante en bruto, un talento que no volverá a repetirse; en la composición, en la interpretación, en la puesta en escena, en la imagen, en el márketing, en la clase. Porque el tío vaya clase tenía…
-Ni que lo jures, innoble pecador.
Tras decir esto, puedes escuchar a través de la rejilla cómo el cura esboza unas estrofas (Ground Control to Mayor Tom… Take your pills and put your helmet on…). Levita unos segundos, vuelve en sí y pregunta:
-¿A qué achacas en definitiva tu pecado?
-Padre, creo que simplemente a que los fans acabamos por quemar a nuestros ídolos de tanto poner sus discos. Yo quemé los de Bowie durante veinte años sin parar. Luego lo dejé un tanto olvidado. Y quizá ha sido con su muerte cuando al rememorar su música me dio por decir la dichosa frase.
Llega la hora de la penitencia. Se rasca la perilla. Parece brotarle una idea:
-¿Conservas sus pósters?
-Sí, padre, algunos.
-Bien, esto es lo que haremos: cada mañana, durante un mes, pondrás tres elepés de Bowie. El primero lo escucharás de rodillas, orándole con la mirada fija en sus posters. El segundo, de pie, bailando en el salón de tu casa, siguiendo el ritmo como bien merece. El tercero, a oscuras, con todas las persianas bajadas, concentrado en su viaje espacial, transmitiéndole toda la energía positiva de la que seas capaz. Cuando acabe el mes me vienes a ver y veré qué puedo hacer por ti.
-Gracias, padre, me ha dado la vida.
pd.-Y así fue cómo este humilde pecador fue recuperando hasta la última neurona su veneración por el GRAN CREADOR, escandalizado con el sonido aplastante de Five Years, el tornado de Time, el delirio de 1984, la frescura de Changes, la atmósfera gravitatoria de Space Oddity, el intmismo de Wilds the wind, el ritmo discotequero de Fascination, la marcha cristalina de Modern Love… Etc, etc, etc… Y, finalmente, la despedida de ‘Lazarus’ y ‘Blackstar’, donde nuestro elegante HACEDOR DE CANCIONES, rechazando cualquier homenaje público, se despide de todos nosotros. Hasta siempre BOWIE. Con tu marcha, ¡HAS VUELTO!
Si hubieras podido distinguir, dentro de aquel oscuro confesionario, el rostro del religioso inglés quizá habrías apreciado una peculiar singularidad de sus ojos, pues uno era azul y el otro gris, lo cual dispararía tu mente, sin lugar a dudas, a mil hipótesis sobre el Universo Bowie y sus múltiples e ingeniosas posibilidades, desenlaces y dimensiones.