Anda Somió revolucionado. Ya no hace falta pagarse viajes a Kenia y Tanzania para ver bichos. Están en Somió, vivitos, coleantes, campando a sus anchas. Todo empezó con la búsqueda del loro Joaquín, los pasquines y las recompensas. Una familia rota por la fuga del loro sportinguista y un vecindario expectante, mirando a los árboles en busca del exótico papagayo. Pero cuando fijaron su atención en el cielo irrumpieron los jabalíes, una bonita piara de cinco ejemplares (matrimonio y tres churumbeles) empezó a pegar sustos a los conductores al atravesar la carretera de La Providencia. En los sialés pusieron a recaudo perros y gatos, temiendo una colisión frontal. Y con el ambiente en tanto enrarecido irrumpieron los dromedarios.
Iba el pasado martes un gijonés haciendo footing por la carretera de La Providencia, a la espalda del Rocamar, cuando vio pastando junto a un circo a tres dromedarios. Giró la vista un momento y siguió corriendo. Pero el flechazo ya se había producido. Uno de los tres jorobaos le había mirado en ese momento y sintió la irrefrenable necesidad de seguirle. Se soltó de su cuerda e inició el trote para ponerse a rebufo del sufrido deportista. Y tras él, los otros dos. Así que cuando el protagonista del amor a primera vista giró por segunda vez su mirada tenía ya a tres entusiastas dromedarios tras él. ¿Qué hacer? ¿Cómo poner orden en tan singular caravana? ¿Rumbo al Oasis a tomar algo? ¿Darse a la fuga con ellos? En un alarde de ingenio paró en seco para desactivar la manifestación. ¡Eureka! Los dromedarios también pararon y, abortada la persecución, tomaron las de villadiego. Uno arrancó con la boca un cartel de una farola, un cartel del circo donde se lo curran, y salió con él a la carretera, cortando el tráfico. Los otros, detrás. Enseguida llegaron los dueños y atrajeron a los bichos con algo de comida, dejando libre de culpas al deportista gijonés, quien por cierto ya sabe lo que es sentirse perseguido por un par de avestruces en una finca particular. Acudió por motivos laborales y tras asegurarle la señora que eran inofensivas tuvo que salir corriendo rumbo al coche atacado por los bichos.
Esta atracción animal puede resultar providencial para que Somió vuelva a la calma, para que recupere su glamour de antaño, tipo Gran Gatsby, y limpie su terruño de esta fauna descontrolada que tan mundano lo hace parecer. Somió debe ofrecer un contrato millonario al ‘deportista atraeanimales’ para que ejerza cual flautista de Hamelín. Le ponen a correr por la parroquia ocho o diez horas consecutivas y dejan abierta la puerta del Oasis, su meta. Cuando culmine el marathon llevará tras de sí tres dromedarios, cinco jabalíes, jinetas, corzos, raposos, cerdos vietnamitas (otra plaga) y algún que otro caimán, con el loro Joaquín (Juacu a estas alturas de la película) cantando el himno del Sporting y los vecinos de Somió, llenando las aceras y ovacionando, pañuelo en mano, al heróico deportista que rescató a la Atenas gijonesa de la mayor invasión animal que se recuerda.