Lo primero que te viene a la mente al irrumpir Diego El Cigala en el escenario del Niemeyer son las galopadas de Manolo Mesa por la banda de El Molinón. El Cigala es más espigado y también más elegante, con su traje negro y su camisa blanca, pero su melena y su barba te recuerdan a nuestro Quillo, al Chico de la Mochila, como llamábamos a Mesa por ese encorvamiento típico de sus cabalgadas que le hacía parecer un tanto chepu, aunque fuera una auténtica maquinona. El Cigala se pone a cantar. Al cabo de un par de temas, saluda, dice esos lugares comunes de lo encantado que está de tocar en Avilés y remacha: “A ver cómo zale”.
¿Y cómo zalió? Pues de puta madre. El Cigala era un plan de choque para un viernes lluvioso en Gijón, una salida a lo desconocido que resultó todo un reencuentro con el flamenco. Timbre espectacular. Temas pegadizos. Maestría en la forma de matar las canciones. Y acompañamiento de lujo al contrabajo, los timbales y el piano. Conciertazo rematado con una versión para quitar el hipo: las dos gardenias de Machín elevadas a los altares del latinjazz durante diez maravillosos minutos. Así remachó su concierto Diego Ramón Jiménez Salazar, ese lustroso Cigala nacido y crecido en el rastro madrileño a quien una espontánea le gritó a mitad del espectáculo “¡eres un fiera!”, a lo cual respondió con una abierta sonrisa.
La experiencia Cigala resultó providencial, pese al deslumbramiento durante las cinco primeras canciones del teléfono móvil del vecino de la izquierda: grabaciones, fotos, consultas al correo… Una pesadilla abortada con un educado “perdona, pero con la luz del móvil no me puedo concentrar en el escenario” (cuando en realidad hubieras querido decir “apaga el móvil de una puta vez, gilipollas, ¿a qué cojones vienes?). Tras el Cigala, tocaba sushi y alguna que otra exquisitez en un buen restaurante en El Callejón de los Cuernos en muy buena compañía. Ya se sabe con la gente de Avilés. Esta vez fue una cena improvisada con periodistas (cri cri cri cri cri cri), a la que seguirá en breve otra cena con profesores: la Marilyn de la villa del Adelantado y su musicólogo perillán. Porque Avilés, señoras y señores del jurado, tien de todo: cigalas y sushi, soportales y palacios, periodistas castrones y tichers glamurosos; todo ello adornado por un platillo volante llamado Niemeyer que no sabes muy bien qué hace ahí sin marcianos dentro. Pero mientras no despegue, secuestrado por R2D2 y C3PO o por Hacienda, lo disfrutaremos siempre que podamos. ¡Salud, Avilés!