(Italia y 5)
Cómo como en Como. Adverbio, verbo y sustantivo en la misma palabra con la única variante de un acento. La tierra de los comaschi (comasca en femenino) mira al afamado lago con forma de ‘Y’, donde tienen casa George Clooney y Berlusconi, entre otros, con un enfoque equivocado. ¿Cómo puede ser que Como no tenga un paseo rodeando el lago? Pues no. No lo tiene. Frente a su hotel más señero, el Palace, hay una extraña esclusa y un muro que oculta la vista. Como sólo tiene tramos de paseo que se cortan de forma definitiva antes de llegar a la última casa a izquierda y derecha. No conocen Opatija, el maravilloso enclave marítimo croata que regala al visitante un paseo marítimo de doce kilómetros desde el cual vas divisando las villas decimonónicas construidas con la mirada puesta en la bonita isla de Krk. Tampoco parecen conocer Lugano, en Suiza, a apenas media hora en tren, donde toda la vida de la población se vuelca hacia un lago tan guapín como el de Como a lo largo y ancho de un amplio paseo. (Por esta vez, no mencionaremos el Muro de San Lorenzo).
Planteada la crítica, Como es, sin duda, guapo. Pese a que en diciembre la montaña presente un tono apagado, la población de acceso a un lago de unos 70 kilómetros de largo ofrece al viajero dos claros planes. El primero, subir el funicular hasta Brunate, un pueblo encaramado en la cima del monte desde el que se divisa un buen trozo de lago en su tramo inicial. El segundo es tomar un barco hasta Bellagio, el pueblo más coqueto del lago, situado justo en la intersección de la ‘Y’.
Cuando has satisfecho ambos objetivos te encuentras con que te sobra el último día, así que decides tomar el tren hasta Lugano para incorporar Suiza a tu ránking de países visitados. Es domingo. En la hora hispana del vermú Lugano presenta un gran ambiente. Lo suizos llenan el paseo en torno al lago y llenan también las calles peatonales, donde todas las tiendas, sin excepción, están abiertas de par en par. Si en las de ropa hay cierto trajín, en una de chocolates en todas sus versiones las ventas no cesan un instante. También hay puestos de castañas, de chocolate con churros, de licores, un concierto de jazz bajo un toldo, unos títeres. Lugano transmite la sensación de estar pisando la Europa más abierta y civilizada, donde no hay delincuencia, donde la gente sale a la calle con la mejor sonrisa y los políticos se dedican a trabajar, en vez de discutir. Te vas de Lugano, tras cinco horas de paz, con la sensación de haber conocido un sitio diferente del que hay mucho que aprender, mucho que copiar.
El lunes tomarás un tren a Saronno, donde harás cambio a otro hasta Malpensa, el aeropuerto milanés desde donde despegas rumbo a Barajas. Como es bonito, ciertamente bonito, aunque la expectativa era tan alta que no te sientes deslumbrado. Decides poner un telegrama a Clooney para notificárselo, aunque quizá lo pilles aún gravitando por el hiperespacio disfrazado de astronauta. Te quedas con Vicenza y con ‘La última cena’ de Leonardo, además de los nueve tiramisús, uno por día, y la belleza que esconde Italia en cada rincón. Mientras repasas el viaje con la esposa en Barajas ante la puerta de embarque para Asturias empiezan a aparecer rostros conocidos: la alcaldesa de Avilés, un abogado de Gijón, un viejo compañero de tertulias en el viejo Escocia, otra gijonesa con la que negociaste la semana anterior al viaje un asunto periodístico… La Tierrina se manifiesta en Barajas, aunque tu mente recorre aún villas palaciegas de la Lombardía. “Si algún día no me encontráis, buscarme en Italia”. Lo dice a veces tu suegro, quien se despertó hace unos días de una grave operación, en una cama de hospital, recitando unos versos en italiano. Pensó que la otra orilla le aguardaba y quiso distinguir en ella la silueta de un país rebosante de belleza. Pero, felizmente, se equivocó.
(Fotos 1, 2 y 3: Lago di Como, Bellagio y Como de noche. Fotos 4, 5 y 6, Lugano)