Cuando Yeyo llegaba a Riaño eras literalmente hombre muerto. La primera noche riañesa con Yeyo era una prueba en tu adolescencia demasiado difícil de superar. Si tú tenías 17 años, él tenía 21; de modo que te llevaba cierta ventaja de veteranía ante la barra y, ahí estaba el problema, también en el ritmo aspersor. El encuentro veraniego por las calles de Riaño daba lugar a encendidos abrazos, risas y, absolutamente siempre, la propuesta que acabaría contigo como un guiñapo: ¿Nos vamos de ronda? (traducido a su madrileño castizo: ¿Noh vamoh de ronda?). Había que celebrar su llegada. Así que, pasada la medianoche, empezaban a caer quintos de Voll-Damm. El primero, en El Moderno, el bar de Gaspar, el señor alcalde. Luego, en todos los del centro del pueblo: Nevada,Presa, Central, La Hila, Caritos y Ulpiano. Cuando llegabas al Mentidero, junto a la gasolinera, ibas tocado. Y cuando Yeyo decía “¿nos vamos al Esla?” (¿noh vamoh al Ehla?) estabas herido de muerte. Era pedir la birra y cuando sólo habías tomado un sorbo te estaba diciendo: “vámonos a otro”, un frenesí que tu cuerpo era incapaz de digerir.
La ronda acababa en la discoteca El Roble, donde la décima cerveza de la noche acababa por provocarte el vómito. El ritmo endiablado de Yeyo se remataba siempre con el KO técnico de su acompañante aquella primera noche. En las siguientes tratabas de eludir las afamadas rondas. La última Semana Santa que viene a tu recuerdo, llegados al Esla, aquella singular pareja astur-madrileña que formábamos tuvo la gracia de pedir siete botellas de sidra para abrir boca. Y cuando iban siendo finiquitadas con ayuda de todas las amistades que iban pasando por allí, al señor Yeyo se le ocurrió pedir doce más de una tacada. Parte se fue al suelo, pues nadie escanciaba bien a esas horas; parte fue compartida, pero lo que entró en tu depósito acabó contigo de madrugada.
De las risueñas pero peligrosísimas compañías de Yeyo, de aquellas indecentes moñas adolescentes; pasaste en Riaño en verano y en Bilbao en invierno a las de Cráneo, que resultó tener la misma prisa para apurar las copas, lo que te dejó durante muchos años en un callejón sin salida: enfadarte, cambiar de amigo o emborracharte. Siempre triunfó la tercera opción. Si Yeyo te pedía una Voll-Damm antes de acabar la anterior, Cráneo hacía y hace lo mismo pero con gin-tonics, lo cual es mucho peor. Así fue como en la última visita riañesa, este mismo mes de mayo, ideaste un plan para poder salir de copas con uno u otro sin que tu cuerpo se resienta, pues tu ritmo es cada vez más pausado (cuando te dejan). Como por arte de magia, te vino a la mente la imagen de Hannibal Lecter en ‘El silencio de los corderos’ cuando lo tienen amordazado en una especie de escalera vertical. ¡Eureka!, pensaste. Cuando Yeyo o Cráneo te propongan ir de copas, tú sacarás tu estructura sobre ruedas, los obligarás a ponerse cómodos y los pasearás de ronda. Sólo beberán cuando les aproximes una copa con pajita y tú podrás ir así a tu ritmo cuarentón. Aunque quizá haya que ponerles también unas gafas negras, pues un gesto al camarero desde su confinamiento, un leve arqueamiento de ceja, puede suponer que te saquen una ronda a traición en cualquier momento.