(interrumpimos las crónicas pirenaicas para dar una noticia de alcance)
Todos debemos conocer nuestras limitaciones y aplicarnos el cuento. Pero tú, amante de la montaña, acabas por sucumbir al pressing de tu hermano David para coronar el Torrecerredo, la cima del Principado de Asturias y de toda la Cordillera Cantábrica, con sus 2.648 metros. Tu problema es el vértigo. El broder, coautor del hit sidrero más famoso de los últimos tiempos (Quiero tocarte el timbre), quiso tocarte la fibra sensible en varias ocasiones. Pero vamos a ver, Adrián, un asturiano de pro como tú cómo no va a haber subido el picu más alto de Asturias. Al final, te dejas llevar en compañía de tu cuñao Ignacio (Presi para los amigos), también virgen en esta patria coronación pese a no tener problema alguno con las alturas. O sea, que el punto flaco de la expedición eres tú, el que duda eres tú, al que le tiemblan las piernas la víspera es a ti. Pero allá vas con una combinación de ilusión, reto e irresponsabilidad.
El trío familiar llega a Pandébano el martes por la tarde, deja el coche y sube sin darse un pijo de importancia el trecho que separa el aparcamiento del refugio del Urriellu, donde hará noche. Allí todo es diferente. La atmósfera limpia, el silencio, la caliza dominándolo todo y la majestuosidad del Urriellu, que reina en los Picos de Europa con su inigualable belleza. En el refugio, dentro y fuera, hay un trajín continuo de montañeros armados hasta los dientes, con mochilas kilométricas, gestos duros y unos maqueos que te recuerdan a la Barbie Complementos en versión masculina, depilaciones de pernera incluidas. Ay, si El Cainejo levantara la cabeza… En medio de este mundo especializado, tres gijoneses de andar por casa cenan gazpacho y ensalada de pasta cortesía del jefe de la expedición, contemplan el anochecer encaramados sobre la gran manta de nubes que cubre la costa bajo sus pies y se recrean un rato mirando las estrellas. Hay tres barracones llenos de humanidad. Pero la suerte de la hora tardía de llegada supone estrenar el cuarto. Cada uno tiene 24 literas en dos alturas. Ahí toca dormir solo a los tres expedicionarios y dos visitantes más. Tú pasas la noche en duermevela, tenso, dando mil vueltas, soñando que sobrevives a un accidente de avión, que estalla una guerra mundial, que vas en un autobús de prensa por una gran pradería (Áliva) rodeado de soldados corriendo… Todo es apocalíptico, porque temes al Torrecerredo; en especial, ese tramo pindio final donde habrás de gatear sin posibilidad de error. A las siete arriba. Colacao con galletas. Y a las ocho el trío gijonés se pone en marcha.
Del refugio a la base del Torrecerredo hay dos horas intensas. Entremedias, un rebaño de rebecos (contamos 18), visitas ocasionales de chovas de pico amarillo, el pájaro más común en los Picos, un par de pequeñas escaladas y numerosos neveros. Ante la base, una duda. Una pareja de vascos nos han adelantado, tras hablar sobre el destino común, pero se han ido más allá, hacia el pico siguiente. David les grita: “¡Vascos!”. Miran. “¿Quéee?”. “Que el Torre es éste. No aquel”. Se corta la comunicación y persisten en su error. El sherpa de la familia guía con tino en el zigzagueo contra la roca, cada vez más empinado. Hay que usar con criterio manos y pies. Ir cogiéndote bien y tirar para arriba. Tu cabeza está ultraconcentrada. Intentas no mirar nunca abajo. Y así, de repente, estás arriba una hora después. A las 11.17 del miércoles, 23 de julio de 2014, los tres gijoneses coronan la cima de Asturias, dos de ellos por vez primera. Desde allí se domina todo un mundo vertical: los Picos de Europa, impresionantes e incomparables, en 360 grados. Sientes el vértigo de la altura y un cierto pánico pensando en la bajada. Pero toca chocarse las manos, hacerse fotografías, comer frutos secos, beber agua y mirar a todos lados. La felicidad es plena. La tensión interna también.
A la cima llegan casi seguidos dos veteranos montañeros de Siero: Pini (Piniella), con su pantalón corto, su camiseta y su cayao; y Conchi, compañera de fatigas. Resulta que David ha hecho montaña con Pini veinte años atrás. Pini acaba recordándolo y comienzan una descripción de picos interminable. Pini le va dando claves a David sobre la ruta ideal de algunos señalándolos con su vara. Cuando toca bajar, tú lanzas una advertencia buscando la solidaridad de Pini y Conchi, además de la de David e Ignacio. Confiesas una vez más tu vértigo. El veterano poleso saca su repertorio de dichos. “La duda lleva al examen y el examen lleva a la verdad”. “En el monte, como en la Guardia Civil: paso firme, vista al frente y no te fíes ni del compañero”. “En los Picos, la línea recta no existe, siempre te lleva a algún bardial”. Ellos inician la bajada de frente, mirando al cielo abierto sin inmutarse. Tú ves un auténtico precipicio, un salto al vacío, una pared vertical. Te colocas de espaldas y vas encajando pies y manos donde te indican David y Pini, intentando no mirar mucho abajo. Te sigue el cuñao, que no tiene problemas de altura. Media hora después, ha pasado lo peor. Te serenas. Empiezas a ver repechos. La hostia seguiría siendo mortal, pero esos pequeños balcones te dan referencias tranquilizadoras.
Pini y Conchi se quedan a comer a media bajada, antes de subir otro pico más. Son incombustibles. Tras una amena charla, el trío gijonés se despide, llega hasta un nevero y saca sus viandas para recuperar fuerzas. La gesta está lograda. Pero falta volver hasta el coche. O sea, tras 3.15 horas de subida, otro tanto de bajada al refugio y dos horas más a Pandébano. Pega el sol. La caliza es muy incómoda de pisar: o picuda o piedra suelta resbaladiza. De modo que en la travesía hasta el refugio se produce una pájara colectiva. Todos hemos bajado la guardia mental y el tedio domina al grupo, que acaba por quedarse sin agua. En el refugio, la fuente es un Oasis en medio del desierto: quitarte las botas ocho horas después, meter los pies y la cabeza bajo el agua, beber a borbotones, comer salchichón a puñados… En media hora, con los depósitos de agua y comida llenos, toca el esfuerzo final. Bajar al coche. Duelen los pies. Duelen las piernas. Duelen hasta las pestañas. Pero hay que hacerlo. Los neveros del camino, monte arriba, te permitieron ir refrigerando la cabeza pasándote bolas de hielo por la nuca. Ahora queda la interminable cuesta abajo. Toda la carga acumulada en nueve horas intensas de monte se aliviará en el río Duje. Entre Sotres y Poncebos, paras a un lado de la carretera. Y el trío gijonés se lanza a una pequeña cascada para refrigerarse. Grita y ríe. La misión se ha conseguido. El chorro de agua helada te refresca la cabeza, el pecho, las piernas, los pies… Dos cañones de cerveza, en Arenas de Cabrales, con unas patatas al ídem y unas carrilleras sabrán a placer de dioses, a gloria bendita. A veces, hay que sufrir de lo lindo para disfrutar de lo lindo.
Has tocado con las yemas de los dedos la cima de Asturias, el Torrecerredo; un sencillo paseo para avezados, una gesta para ti. El cuñao está sin palabras, exhausto pero contento. Entonces le haces una pregunta al maravilloso guía de la expedición a modo de puteo: Oye David, si cruzamos el porcentaje de astures que han subido el Torrecerredo con el de astures que han visto un oso en el monte, ¿cuántos quedan? Tú estás entre ellos. Sin él nunca lo habrías logrado. Así que la conclusión es sencilla: David, te debo un oso como una catedral.