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Adrián Ausín

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Michael Jackson que estás en los cielos

(Quince días por Utah. 10)

El día que murió Michael Jackson la esposa sufrió de lo lindo. Tú no dabas mucho crédito a aquel disgusto. Sin embargo, acabaste por pasar al consuelo al ver que la cosa iba en serio. Michael Jackson fue su gran héroe de infancia, adolescencia y juventud. Por su baile, por su jeta y por sus canciones. De modo que una vez sacados los billetes de avión para Utah, vía Las Vegas, enseguida te atacó con una propuesta. El Circo del Sol representa en el Hotel Mandalay Bay un espectáculo homenaje a Michael Jackson desde poco tiempo después de su muerte (2009). Se denomina ‘One’ y no se mueve de Las Vegas, donde arrasa desde hace varios años. El precio es un auténtico sablazo. Sin embargo, ¿cómo negar ese capricho a la muyer? En el intercambio de guasaps previo, tú, valiente, le dices que no importa el dinero. ‘Soy de Bilbao’, fanfarroneas (aunque en realidad el de Bilbao es tu páter). Cuando te precisa la cantidad, te apetece matizar: ‘Bueno, de Bilbao Bilbao, no. Más bien de Santurce’. Pero ya te has tirado el moco, así que sacas las entradas, pensando para tus adentros: como no esté bien… Al llegar el día de autos, viernes 13 de noviembre, no sabes muy bien qué te vas a encontrar. La verdad, tampoco has pensado en ello, dejando así que el factor sorpresa juegue una baza a tu favor. Tampoco has enredado en internet ni mirado nada de nada. Dos semanas de monte por siete parques de Utah te han dejado la mente en blanco, o quizá en verde, totalmente desconectada del mundanal ruido. Va a ser un día singular, sin duda. Amaneces en Page (Arizona), donde desayunas en un confortable comedor en compañía de yanquis, europeos, japoneses, indios de la India e indios americanos: los navajos presentes en tareas de cocina. Parece una convención mundial. Sigues el día con cuatro horas de coche hasta Las Vegas. Llegas directo al Outlet (gracias al maravilloso navegador Here), donde gastas lo que ya no tienes en unos ropajes. Luego, al hotel. Y del hotel, tras un reposo, al Bellagio, donde cenas a las siete de la tarde rico rico. Y del Bellagio al Mandalay Bay. Coche, coche, coche. Ya estás situado. El espectáculo es las 9.30, hora a la que todos los días previos estabas casi durmiendo. Pero hoy toca Michael Jackson. Ahí es nada.

 

El hotel por dentro es un mundo: más de mil  habitaciones, 13 tiendas, 13 restaurantes, áreas de juego por todas partes y un imponente auditorio. Cuando entras, sigues las flechas que apuntan a ‘Michael Jackson’ y al cabo de un rato llegas a destino. Fotos inmensas del cantante llenan las paredes. En algunas vitrinas exponen sus reliquias: la cazadora roja, sus zapatos de baile, los 

calcetines… Una tienda luce todo tipo de merchandising (discos, ropa, llaveros, posters, sombreros…). El WC tampoco está exento. Si entras ya suena su música. La gente, en especial las mujeres, no para de hacerse fotografías junto a los grandes retratos de Michael. El ambiente es total. Intenso. Toca entrar al auditorio. Ahí sigue conformándose el clímax. Presiden el frontal tres grandes pantallas, una central y dos a cada lado, algo ladeadas hacia el público. En ese marco, cuando se apaguen las luces, tras números animados por algunos actores del Circo del Sol entre las butacas, estallará un espectáculo de tal magnitud que no resulta exagerado decir que jamás habías visto nada parecido. Se combinan a un tiempo imágenes impactantes de Michael (de su vida, de sus números, de sus objetos fetiche, de su familia, de sus vídeos) con la puesta en escena del Circo del Sol: coreografías y acrobacias que, combinadas con las imágenes del mito homenajeado, forman un todo impactante. En alguna ocasión, los saltimbanquis invaden el patio de butacas. O se descuelgan del techo con lianas. O se lanzan desde camas elásticas a diferentes alturas, golpean en el suelo con el pecho y rebotan sin inmutarse, de espaldas, al punto de partida. En otra, con todo apagado, se ven bailar sus siluetas luminosas. En otra, llueven sombreros por las pantallas y por la sala, sin que caiga uno solo al suelo. En otra, al final, sale a bailar el propio Michael Jackson, en logradísima versión holograma, intercalado con los bailarines del Circo del Sol. Unos siguen sus pasos coordinadamente; otros lo traspasan en sus frenéticas danzas.

Cada canción llega acompañada de un montaje sobresaliente. El espectáculo desborda luz, música y acrobacias. Lo vives, durante hora y media, con los ojos como platos, mientras la esposa está literalmente en éxtasis. No entiendes cómo algunos asistentes, en especial descomunales paisanos de raza negra, se levantan, se van a bar y tardan unos diez minutos en volver, satisfechos, con su coca-cola y su hamburguesa. ¿Cómo pueden irse? Es el lado desconcertante del yanqui, su pobre criterio cultural y su macro-dependencia de la comida basura. Justo delante tienes una japonesa. Es pequeña, pero pasa todo el espectáculo con la cabeza hacia adelante moviéndola además hacia los lados, lo cual te obliga a ir ‘sorteándola’  en cada escorzo. Te apetece atarla al asiento. Pero no te quita el placer del concierto, remachado por los cincuenta bailarines, uno de ellos sin una pierna, saludando al respetable. Se merecen horas de aplauso. La gente abandona el auditorio directa hacia la tienda, donde rematas el lucimiento parejil con una bonita camisa negra, fiestera, donde se lee ‘One’. La emoción de la muyer no tiene límites. Y tú quedas más ancho que un pavo real. Lo visto ha valido su precio. Sin duda. Catorce días asilvestrado por Utah han tenido como contrapunto una sobredosis musical y acrobática nunca jamás vivida. Ay, si Michael levantara la cabeza. ¡Fliparía en colores!

pd.-Olvidas precisar las canciones. La esposa sabe todos los títulos al dedillo. Te quedas con ‘Smooth Criminal’ (rebautizada por ti como ‘ayukuchu’ por aquello del estribillo), ‘Billie Jean’ y otras de cuyo nombre no puedes acordarte ahora. A la mañana siguiente toca madrugar, ir a dejar el coche, ir al aeropuerto de Las Vegas, de ahí al de Dallas, de ahí al de Madrid, de ahí al de Asturias y de ahí a Gijón, adonde llegas totalmente apijotado pero con un subidón de adrenalina que aún te dura mes y medio después. Miles de kilómetros (9.000) para desandar tu cuarta aventura americana. Una inolvidable peripecia montuna en versión semidesértica ideal para cargar las pilas al cien por cien y batallar con este invierno que, afortunadamente, no lo está siendo.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


diciembre 2015
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