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Adrián Ausín

Campo y playu

Canción urgente para Silvio

Cantar a la libertad y ser cómplice de una dictadura quizá resulte una contradicción difícil de superar. En Cuba, a la dictadura la llaman Revolución en un claro ánimo de camuflar lo evidente: la falsedad de la palabra, su semicentenaria caducidad, la gran mentira que enmascara. En el país caribeño donde no existe libertad de pensamiento, donde se encarcela a los críticos, donde se señala a los homosexuales, donde uno nace condenado a la más absoluta pobreza; ahí, en esa asfixiante dictadura, Silvio Rodríguez Gutiérrez le canta al amor, a la libertad y a la igualdad de las personas como si esos principios fueran banderas propias de su nación. A esta tremenda contradicción, nuestro creador ha sumado una más si cabe en estos días: irse de gira por España cobrando entradas de hasta 52 euros a quienes desean verlo cantar (36, 42 y 52 concretamente). Al azote del capitalismo no le duelen prendas en practicarlo e incluso en instalarse en la línea ‘tope gama’ para que la sangría a sus admiradores, ricos o pobres, sea considerable. Es cierto que Silvio en ocasiones ha cantado gratis en Latinoamérica. Pero los españoles no debemos de ser objeto de sus simpatías, pues, oye chico, nos ha crujido de lo lindo.

Hecha la crítica, procede la adulación. Quien esto suscribe es un ferviente admirador de Silvio Rodríguez. De su música. De sus canciones. De su creatividad. De su poesía cristalina. Como su voz. En toda la adolescencia y primera juventud, Silvio, como Bowie, como The Doors, como tantos, fue tu incesante hilo musical, la banda sonora vital, el compañero de fondo de mil reuniones… en Riaño (en la Villalona, donde reventamos aquella cinta de ‘Rabo de nube’), en Gijón, en Bilbao, en Granada, en Sevilla. En todas las escalas, estuvo Silvio con sus discos: con ‘Te doy una canción’, ‘Rabo de nube’, ‘Mujeres’, ‘Unicornio’, ‘Causas Azares’ y el ‘Tríptico’. Los siguientes ya no los escuchaste, quizá un tanto saturado de tantos años tan intensos. Cuando aún la admiración era grande, allá por el año 1988, siendo estudiante de Periodismo, Silvio ofreció un concierto en el pabellón de La Casilla y allá fuiste solo y allá te sentaste rodeado de cientos y cientos de mujeres y allá quedaste fascinado de la vertiente más salsera de Silvio y de aquel marchoso ‘Causas y azares’, comparativamente con su obra anterior. El concierto fue animado, vibrante, memorable. En el año 2000, más o menos, Silvio se presentó en Gijón, en la plaza de toros, para cantar con Luis Eduardo Aute temas de aquel disco doble tan sugerente (‘Mano a mano’). Tu gran motivación era Silvio. Sin embargo, Aute le comió la tostada. Aute estuvo soberbio y Silvio, soso, distante, dirías incluso que aburrido. La gente le pedía ‘Ojalá’ machaconamente y él no se quiso dar por aludido. Se fue sin tocarla. Y sin esmerarse en toda la noche.

El pasado domingo era la tercera gran ocasión. Sin embargo, su concierto te pillaba en plena ‘guardia’ laboral. Imposible siquiera intentarlo. El palacio de deportes resultó todo un alivio. Desde Elton John, te perjuraste que jamás volverías a esa cancha de nefasta acústica a ningún concierto. Y a Silvio, mire usted, pues tampoco. Meter un concierto en el palacio de deportes es joder el concierto, estropear el sonido y brindar un entorno frío y desnaturalizado para la música. Luego sufriste poco por no ir a ver a Silvio Rodríguez Gutiérrez enclaustrado en una jaula. A sus casi 70 años, resulta curioso viajar, ver mundo y, de vuelta, abrazar un sistema político asfixiante donde la palabra libertad es una quimera. Pero el ser humano es una caja de contradicciones. Y Silvio no ha logrado escapar a este sino, pese a su clarividencia para la creación. Quisieras que un día nuestro Silvio le cantase a esos campesinos cubanos que, acaso por el peso excesivo de 57 años de dictadura acumulada (1959-2016), toda una vida, no se molestan ni en recoger de su terruño naranjas y almendras que enriquecerían su dieta y las de sus hijos. Las dejan pudrirse en el suelo mientras las gallinas, al campar a sus anchas, no solo no ponen huevos sino que se extravían campo a través. Esa realidad Silvio no ha querido verla nunca. La de la desesperanza, la del frijol y el arroz como dieta única, la de la prohibición de pensar diferente. Siempre has pasado todo esto por alto porque cuando escuchas a un músico brillante no le haces un interrogatorio sobre su ideología. Simplemente, disfrutas con sus canciones. Con ‘La canción del elegido’, ‘Rabo de nube’, ‘Te doy una canción’, ‘Ojalá’, ‘La maza’, ‘Y nada más’ y todas, absolutamente todas, las de sus primeros discos. Pero ha llegado el día de dedicarle a él, a Silvio, una canción urgente como la de Nicaragua; ésta dirigida a su conciencia. Para que no solo cante como los ángeles. Para que sea coherente. Y cuando diga patria se cague en todos los demonios.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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